El abrazo post78, fin de una época

El principio de acuerdo firmado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias el pasado martes supone dos hitos que pueden marcar la historia del Estado español: por un lado, el establecimiento del primer Gobierno socialista en más de ocho décadas; por el otro, el principio del fin de un sistema conocido como Régimen del 78.

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Abrazo entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez tras la firma del acuerdo de Gobierno en noviembre de 2019 // Dani Gago

A veces la historia se recoge en gestos, palabras o hechos muy concretos que hacen de bisagra explicativa entre etapas. El “atado y bien atado” pronunciado por el dictador Franco en 1969 marcó el final de un régimen autoritario explícitamente antidemocrático, a la vez que abría las puertas a una Transición que, si bien supuso una mejora impagable para la sociedad española, pretendió construir una democracia sin derribar algunas de las vigas maestras que sostenían la dictadura. El abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias cierra dicho período justo un lustro después de que diese sus primeros y esperanzadores pasos. Y como lo que no tiene nombre no existe, se apelará al mismo como Abrazo post78.

Algunos tratan de desacreditar la validez del concepto Régimen del 78, curiosamente siempre desde dentro de él, equiparándolo a una suerte de crítica hacia todos aquellos meritorios actores que lograron instaurar la democracia en un país resquebrajado por una Guerra Civil que lo dividió profundamente entre vencedores y vencidos. Nada más lejos de la realidad: Régimen del 78 es la forma de denominar un sistema sociopolítico con una estructura inequívocamente vertical, en el que, entre otras cosas, todo el poder de decisión descansa sobre las manos de las élites económicas.

Muchos años de existencia incuestionada e incuestionable sirvieron a los garantes del Régimen para seguir atando —y bien atado— cualquier cabo suelto que amenazase su solidez. Puertas giratorias, una escasa separación de poderes y, al fin y al cabo, la construcción de una serie de mecanismos, bien bautizados como cloacas, que arrancasen de raíz toda disidencia. A esto se le llamó democracia, y, citando al gran Guillem Martínez, se entiende con facilidad cómo todo un país aceptó barco como animal acuático durante tantísimos años: “Todo es democracia. No hay oposición en el mundo a esa palabra. Lo que no implica que no la haya, y feroz, hacia esa dinámica. Democracia es la palabra más sometida a violencia en estos cien años”. Si no era democracia, ¿qué iba a ser?

Acudiendo a un símil cinematográfico, el Partido Socialista hacía las veces de alivio cómico en el drama del maltrato liberal hacia la clase trabajadora

Junto al neoliberalismo en lo económico y a la absoluta dependencia —es decir, sumisión— de los medios de comunicación en lo mediático, el bipartidismo —en lo político— completaba la tríada instrumental gracias a la cual los guardianes del Régimen del 78 podían echarse a descansar y observar, ociosos, el avance de su creación.

El papel del PSOE en todo esto es paradigmático del funcionamiento del sistema: cuando el neoliberalismo asfixiaba en demasía, evidenciando la brutalidad con la que esclaviza a la clase obrera, el partido del puño y la rosa aparecía en escena —con la venia de los medios— como una oportunidad de oro para avanzar en la lucha por los derechos del pueblo. Salvo unos pocos inconformistas —presentados siempre como violentos y antisistema— que se aferraban a opciones más allá de las impuestas por el Régimen (PCE o IU, entre otros), la desazón socialista quedaba aplacada por el PSOE. Acudiendo a un símil cinematográfico, el Partido Socialista hacía las veces de alivio cómico en el drama del maltrato liberal hacia la clase trabajadora.

En un país donde todo forma parte de un mismo sistema, cuyo único objetivo es perpetuarse, estar fuera de él es sinónimo de no existir

Conseguir reducir las esperanzas de las personas de izquierdas a un partido genuflexionado con fervor a los designios del capital es una victoria definitiva; tan aplastante que da pie a situaciones del todo aberrantes, como la que se produce cuando potenciales víctimas de la especulación inmobiliaria se lamentan por las amenazas de retirada de fondos buitre, que no dudan en ejercer su poder en cuanto ven peligrar su privilegiada posición. En el Régimen del 78, la realidad supera a la ficción.

La fortaleza del muro ante la primera tentativa real

En estas, una crisis internacional especialmente cruda en España puso a prueba la resistencia del Régimen, que observaba ‘repantingado’ otro pico de efusividad reivindicativa de la ciudadanía. Siguiendo las pautas de actuación que tan bien habían funcionado siempre, construyó una realidad mediática paralela en la que los manifestantes no eran más que radicales y violentos. Ante la ineficacia —extraña, novedosa y, sobre todo, preocupante— de dichos marcos, salió a relucir el as de la manga: los antisistema. En un país donde todo forma parte de un mismo sistema, cuyo único objetivo es perpetuarse, estar fuera de él es sinónimo de no existir. Y lo que no existe siempre da mucho miedo.

El exceso de confianza del Régimen, la coincidencia de varias generaciones muy concienciadas, la pura casualidad o una mezcla de todas ellas tuvo como resultado la supervivencia del 15M a unos mecanismos represores voraces, que no lograron ahogar el movimiento y permitieron, por primera vez en muchas décadas, la aparición de un actor político exoRégimen del 78: Podemos.
Tan reseñable suceso tuvo una respuesta igual de inusitada por parte del Estado, que llegó a su cénit en el seno de las elecciones generales de 2016.

Con solo dos años de existencia, el fenómeno fundado por Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Luis Alegre irrumpía en el panorama político y se colocaba como un serio candidato a entrar en el Gobierno. De pronto, la hegemonía del PSOE como herramienta de protesta frente al neoliberalismo quedó fulminada por un grupo de intelectuales, y la “casta” —su forma de referirse a algunos de los valedores del Régimen— estaba en su punto de mira. Así que todos los engranajes comenzaron a girar como nunca antes lo habían hecho.

La aparente separación de poderes fue desechada sin ningún pudor y los medios de comunicación se adhirieron con descaro a la causa común. Policías, jueces y periodistas trabajando a destajo y de forma conjunta para derribar al único adversario que se había atrevido a plantarle cara al todopoderoso Régimen. La sutil creación de marcos y la silenciosa represión dejaron paso a un arsenal de injurias, calumnias, fabricación de noticias falsas y acciones mafiosas, en las que incluso cabía el robo de objetos personales. Y, ¡bingo!, el PSOE pudo rechazar la coalición de izquierdas que muchos demandaban sin perder su papel de ‘alivio socialista’.

Unidas Podemos: el ariete convertido en llave

Contra todo pronóstico, Podemos seguía estando vivo. Quizá los barros de 2011 explican estos lodos, y la supervivencia de lo que allí se fraguó es posible gracias al sustento de una base de fieles que observaron desde fuera el Régimen y fueron capaces de ver el engendro que conforma. Para ellos y, sobre todo, para ellas, lo que en 1969 quedó “atado y bien atado” había dejado de ser la única opción posible para convertirse en el enemigo. El 15M y todo lo que lo rodeó actuaron, en estos casos, como una especie de vacuna contra las realidades paralelas construidas desde la cúspide del Régimen.

Entre titubeos, y dejando un doloroso reguero de cadáveres a su paso, surgió Unidas Podemos, la forma institucional de un fenómeno que nació en las calles y decidió adaptarse al sistema para, según ellos y ellas, cambiarlo desde dentro. La cúpula fundacional estalló en pedazos, la horizontalidad desapareció y se dejó morir a los círculos, en lo que Pablo Iglesias define como su “gran cagada”. Todo para moldear su forma y encajar en unos baremos desde los que poder llegar a más personas.

Mientras tanto, Pedro Sánchez destripaba el Régimen del 78 al reconocer que había recibido presiones desde los medios y los sectores financieros para rechazar cualquier acuerdo con Podemos. El hasta entonces secretario general del PSOE dio un paso a la izquierda que, de forma inmediata, le situó fuera del partido y le enfrentó a su aparato. Había delatado unos tejemanejes que nunca deberían ver la luz, y lo pagó con su escaño. No obstante, gracias a la inteligente campaña del “No es no”, recuperó su puesto de líder de la formación socialista y, de paso, se hizo con la simpatía de aquellos a los que dejó en la estacada en 2016.

Así es como se llega a la moción de censura del año 2018, en la que Unidas Podemos facilitó el acceso de Sánchez al Gobierno y, a cambio, comenzó a soñar con una más que posible participación directa en el mismo. Pero el Régimen no lo iba a permitir tan fácilmente.

Las presiones se ejercieron desde diversos puntos: desde editoriales en medios como El Mundo hasta las advertencias disfrazadas de consejos del Banco Santander, pasando por amenazas tan explícitas como la que llevó a cabo el fondo buitre Blackstone, que paralizó el alquiler de sus más de 11.000 viviendas cuando el PSOE puso en marcha un Real Decreto impulsado por Unidas Podemos que facilitaba la regulación de los precios. Los parasitarios inversores anunciaron que reanudarían su actividad si, “tras las elecciones”, el nuevo Gobierno retiraba la medida.

La inmediata rectificación del PSOE, bloqueando una de las iniciativas más demandadas desde la sociedad civil, retrató una camaradería con la élite económica que quedó ratificada por el diario digital La Información con el siguiente titular: “Dos reuniones secretas con el Gobierno desvelaron a CEOE que habría elecciones”. En agosto, semanas antes de la ruptura oficial de las negociaciones, los grandes empresarios ya sabían que Sánchez no permitiría la entrada de los morados en las instituciones gubernamentales estatales.

La estrategia pasaba por simular un intento de negociación en el que los socialistas pondrían encima de la mesa unas condiciones que, a priori, Unidas Podemos nunca aceptaría; en ese momento la rama mediática haría su trabajo, lanzando toda la responsabilidad de la falta de entendimiento sobre un Pablo Iglesias que quedaría dibujado como un ególatra codicioso que había traicionado a la izquierda por sus ansias de poder. Jaque mate.

Sin embargo, una vez más, el Régimen se vio sobrepasado; en este caso, por una sorprendente disposición a aceptar exigencias tan marcianas como el veto personal a Iglesias. Esquivando, uno tras otro, todos los faroles que lanzaba el PSOE, su supuesto “socio preferente” volvió a dejar al descubierto las costuras del sistema, ampliando ese efecto 15-M que permite atisbar lo que hay detrás del deslumbrante cartel que reza “democracia” en letras de neón.

Si la meta de Pedro Sánchez era absorber el grueso de los votantes podemitas, dolidos con la actitud egoísta de su líder, lo único que consiguió fue demostrar que el electorado de izquierdas se desmoviliza con facilidad. De paso, se confirmó que existe una base, más o menos sólida, de votantes que miran más allá de la opción progresista que ofrece el Régimen del 78. Una base que no se deja engañar.

Ante esta situación, el PSOE se ha visto enfrentado a una de las decisiones más importantes de su historia reciente: ofrecerle la mano a una izquierda antisistema —entendiendo por “sistema” lo que aquí se ha intentado desgranar— o dar un definitivo paso a la derecha. En términos cortoplacistas, parece lógico que, si se trata de un partido indisoluble del Régimen que Unidas Podemos quiere dejar atrás, se aleje al máximo de su compañía. Pero si se mira con una perspectiva más larga, eso supondría, con mucha probabilidad, que los socialistas dejasen de ser vistos como una opción de izquierdas, y ese hueco sería ocupado por otra formación —véase el propio Unidas Podemos— que absorbería gran parte del electorado progresista, dejando al Régimen del 78 sin una impagable herramienta de control de la indignación popular: el dichoso alivio cómico.

Queda por ver si el Abrazo post78 es algo más que mera apariencia, si Unidas Podemos es capaz de recuperar algunos de los cadáveres que quedaron en el camino y pervirtieron su esencia, y si realmente esta nueva realidad política, inédita desde antes de la Guerra Civil, resulta en un cambio de época que desate lo “bien atado” y abra las puertas de la democracia al pueblo. La enorme complejidad de estos retos es menos apabullante si se tiene en cuenta que, en menos de una década, se ha empezado a derribar un muro que lleva medio siglo reforzándose a sí mismo. Hay esperanza para pensar en un Estado español libre del yugo del Régimen del 78.

Y todo por un abrazo.


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