Retrato de una sociedad alienante

«La actual crisis y la decadencia del sistema capitalista se evidencian ahora en la crisis y frivolidad de los valores sistémicos, en el curso de las cuales el sistema formatea individuos Light, alienados, aldeanos, sectarios y colonizados, incapaces de comprender el capitalismo que los explota y domina, cuyos valores asumen como si fueran auténticos valores, porque justamente el complejo poder burgués los ha impuesto como tales falseando sus conciencias«—Camilo Valqui—

Continuando con el estudio de la televisión como paradigma de la alienación que provocan actualmente los medios de comunicación de masas, Antonio Fernández Vicente nos dejó un buen retrato en su artículo sobre la caridad y la envidia televisadas. De entrada, la televisión no solamente da por sentado que vivimos una época de pobreza, sino que además la legitima. Aparecen personas desesperadas, en situaciones personales llevadas al límite. Piden caridad al resto de las personas, pero dan por sentado que no vendrá de las Instituciones, que son las que están obligadas a ello. Los medios participan de esta forma en la legitimación de un modelo social que rompe con los principios de un Estado Social, Democrático y de Derecho. Esta «telebasura caritativa», como ya se le ha bautizado, asume que los poderes públicos, en vez de responsabilizarse de las circunstancias que eviten a los ciudadanos/as tener que pedir limosna mediante un medio televisivo, exponen de forma normalizada a estos indigentes mediáticos.

Venden la solidaridad como un producto de márketing, pero nunca cuestionan las políticas deshumanizadas que desde los poderes públicos se fomentan. Con una red de servicios sociales cada vez más debilitada, con unos servicios públicos cada vez más privatizados, se legitima y normaliza la situación de dependencia de la caridad, en esta especie de capitalismo espiritual y religioso que nos invade. Y cuando termina la televisión caritativa, nos encandilan con programas que muestran sin reparos los lujos de la clase pudiente, con las propiedades (casas, coches…) de los capitalistas, de las grandes fortunas, de las estrellas televisivas, de la moda, del fútbol y del cine. Se nos muestran viviendas y estilos de vida que no están al alcance de la gente corriente, precisamente para que soñemos con ellos, y dicho sueño nos mantenga alejados de nuestra cruda realidad. Una realidad que ellos contribuyen diariamente a reforzar, con sus injustas y retrógradas leyes. Y todo este entramado mediático se legitima, se normaliza la desigualdad social y televisada. Primero, se nos enseña aquélla familia necesitada, después aquélla que vive en lujosas mansiones. Primero, aquéllos que necesitan de los demás para satisfacer sus más básicas necesidades, después aquéllos que viven a todo tren precisamente a costa de explotar a los que han aparecido en programas anteriores.

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Y también tenemos concursos de todo tipo para dejar de ser un don nadie, en el caso de que no seas un empresario explotador, o no seas capaz de darle patadas a un balón de fútbol. Por ejemplo, puedes vender tus habilidades cantando o cocinando, con lo cual también puedes hacerte famoso, y después tertuliano, que es la profesión de moda. Programas televisivos que fomentan la competitividad, la competencia, el sometimiento a las reglas del juego, luchando unos contra otros, siendo evaluados, aceptados y desechados permanentemente. Unos pocos «triunfarán» (según los esquemas del éxito en la sociedad capitalista), y otros continuarán con su mediocre existencia. La televisión y el cine reproducen la envidia social que despiertan estos comportamientos y estas competiciones. Vivimos por tanto en una sociedad donde se publicita no sólo la vida cotidiana de la gente, no sólo sus miserias y problemas personales, sino que además se publicita para legitimar un orden colectivo de solidaridad privada, una complicidad con la inacción de los poderes públicos, y con su irresponsabilidad en promover la igualdad de oportunidades, y la extensión del Estado de Bienestar.

Se trata de una complicidad con esas mezquinas e injustas visiones de una sociedad clasista y elitista, una sociedad egoísta, que no garantiza de forma común la satisfacción de las necesidades básicas de su población. Los medios de comunicación, y la televisión como el más potente de todos ellos, colaboran con esta visión, la extienden y la hacen llegar hasta los últimos rincones, difundiendo el «buenismo» de esa parte «solidaria» de la población que, desde su posición de superioridad económica, concede «limosnas» a las clases empobrecidas y necesitadas. Se trata en realidad de una extensión de otros comportamientos de nuestra decadente sociedad, que hace descansar en la lucha continua de las ONG’s la consecución de una serie de objetivos humanitarios y sociales. Tomemos un ejemplo sencillo: deberíamos tener un Gobierno que dedicara, al menos, el 0,7% de la riqueza nacional (el famoso PIB) a ayudas y cooperación al desarrollo económico del resto de naciones deprimidas, pero en vez de eso, se hace descansar dicha responsabilidad en la tarea de organizaciones privadas. Se nos pide que seamos solidarios y colaboremos con las ONG’s, pero en realidad, eximiendo de dicha responsabilidad a los poderes públicos, que son los que representan a toda la ciudadanía…por tanto, ¿no seríamos más solidarios si votáramos a opciones políticas que alcanzaran dicho objetivo? Continuaremos en siguientes entregas.