Casado con la extrema derecha

Las redes sociales tienen esa capacidad de recuperar del cajón del olvido algún momento, alguna cita, alguna anécdota o noticia, hacerla regresar del pasado, y expandirla entre la multitud, como si fuera un uso o costumbre del presente, reinsertándola en la sociedad.

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Casado visita la localidad navarra de Alsasua. / EFE

En estos días ha vuelto a los muros de Facebook y al timeline de Twitter una frase atribuida al siempre lúcido y Premio Nobel de Literatura José Saramago. Se supone que el portugués dijo:

Los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”. Aterrador.

A pesar de los intentos vacuos, hasta el momento, de VOX de convertirse en una fuerza de extrema derecha, ultraderecha, neofascista, con alguna relevancia en el panorama político español; a pesar de las experiencias como las de Hogar Social en Madrid y similares en algunos otros puntos del Estado; a pesar de que las agresiones violentas españolistas en las calles de Catalunya durante estos pasados meses calientes se han multiplicado ante el silencio lapidario de la mayoría de la prensa madrileña; a pesar de aquellas manifestaciones masivas contra Zapatero capitaneadas por obispos y peperos, desfiles de hordas de banderas nacionales en la década anterior; a pesar de todo, en España, todavía, no existe una extrema derecha hegemónica. Flirteos, varios, Rivera.

Los monstruos aparecen cuando los cimientos racionales y comprendidos se desmoronan, cuando la imaginación se encierra en sí misma como protección con lo de fuera. Cuando la luz se apaga y la intranquilidad no deja al sueño vencer, llegan los monstruos y se esconden dentro del armario de la alcoba de los niños. Los monstruos, que ya han crecido en esa Europa que alardea de ser la vanguardia mundial y que ya no es capaz de sonreír, siquiera, para disimular su decadencia. La Europa mueca, la que ya sabe lo que puede venir y no se atreve, siquiera, a susurrarlo, no mentar la bicha.

Se desmorona el horizonte tranquilo y sosegado que nos habían dibujado en sus mentes las clases medias, esas clases trabajadoras que huyen del conflicto social y que no se quieren reconocer como clases trabajadoras, esas del centro comercial y el coche, y el garaje, y el chalé adosado. Se desmorona el bienestar que los estados aseguraban como antídoto a que no se volviera a repetir la barbarie de mediados del siglo pasado. Se desmorona la seguridad, la tranquilidad de una sanidad que nos cuide, una escuela pública que nos enseñe, unos servicios sociales que recojan a quien se queda a medio del camino del éxito.

Se desmorona y ahora empieza todo, los monstruos se cuelan por la rendija del armario, quieren pasearse por la oscuridad de la habitación. Monstruos son Le Pen y Salvini, con tanto poder que no tiene la más mínima reticencia en emular a Mussolini y rehacer un censo de gitanos en Italia ante el silencio cómplice europeo. Monstruo Trump, bebé hinchable con pañales en Londres. Monstruo Visegrado. Europa que se cierra en sí misma, que ya no funciona la maquinaria, que necesita reconstruirse y, para ello, aplastar al débil, de momento, la inmigración.

Se desmorona España, ha repetido hasta la saciedad la prensa de derechas desde hace años, se rompe: memoria histórica, matrimonio homosexual, aborto, Catalunya. Catalunya, los últimos meses se ha tildado al independentismo, ese movimiento que aglutina a unas dos millones de personas, de golpe de Estado. Golpe de Estado. Se desmorona el centro derecha, dice Aznar. Que reapareció, de nuevo, reaparece cada cierto tiempo, como la gota fría, como la procesionaria. Se desmorona el centro derecha y quiere reconstruirlo.

Casado, Soraya. Soraya, Casado. Casado, quien no dudó en desearle el mismo destino a Carles Puigdemont que a Lluis Companys hace unos meses, puede ganar las primarias del PP, puede ser el dirigente del partido que, hoy en día, más allá de las encuestas, más representantes tiene en el Congreso y el Senado. La precipitada, o lenta, según se mire, marcha de Rajoy, ha aireado los cajones, ha abierto la veda, se han escapado los monstruos.

Casado mandó hace unos días a los independentistas catalanes, dos millones de personas, a Bélgica o Alemania, como Puigdemont. Casado reivindica “la España de los balcones”, la de las banderas descoloridas que desde hace meses cuelgan en las ventanas, nacionalista España. Casado quiere hacer frente a la ideología de género, cuando España es pionera en feminismo, cuando las calles se llenan de morado y ponen en duda al sistema judicial de este país. Casado se abraza a María San Gil, recuperando el discurso contra ETA, ahora que está disuelta. Casado, en contra de la Ley del Aborto de plazos, en contra de la eutanasia, califica de “absurdo” la memoria histórica. Banderas en balcones: nacional. Aborto, eutanasia: catolicismo. “No me gastaría ni un euro para desterrar a Franco”, franquismo de mausoleo, museo del franquismo.

Aznar regresa. Reconstruir el centro derecha, dice. Centro derecha, cuando Aznar siempre estuvo en la derecha más derecha que existió en aquel momento. Bush, élites oligárquicas latinoamericanas… ¿Por qué no ir un paso más allá, como los monstruos que ya han dejado el armario y se acercan a los pies de la cama de la habitación oscura.

“Los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”. Bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. ¿Inmigración? Todavía no. ¿Quizás en agosto? Vivimos en un tiempo casado con la extrema derecha. El divorcio siempre fue un digno derecho por el que luchar.


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