El desplazamiento del PP por Vox

José María Aznar y Santiago Abascal, seguidos por Pablo Casado en una imagen de archivo

José María Aznar y Santiago Abascal, seguidos por Pablo Casado en una imagen de archivo

El riesgo de que Vox desplace al PP como opción más representativa de la derecha española, que podía parecer algo inimaginable no hace mucho, ha dejado de serlo. Me atrevería a decir que ocurre más bien lo contrario. El desplazamiento puede haberse producido ya, a pesar de que Vox no es todavía propiamente un partido, no es portador de un programa de gobierno reconocible y, por supuesto, no gobierna en ningún sitio digno de mención.

Hay varias señales indicadoras, en mi opinión, de ese sorpaso. La primera es que Vox ya está teniendo una presencia en la opinión pública comparable a la de los partidos que llevan decenios gobernando el Estado, las Comunidades Autónomas y la inmensa mayoría de los municipios. El hecho de que la entrevista de Abascal hace un par de semanas en TVE, alcanzara una cuota de pantalla superior a la que tuvo Pablo Casado en el mismo programa no puede dejar de ser tomado como un indicador. También fue superior a la que tuvo Pedro Sánchez, pero con este compite de otra manera. Primero tiene que desplazar a Pablo Casado, para competir después con el presidente del Gobierno. De la misma manera que Pablo Casado necesita evitar ser desplazado, para poder continuar compitiendo.

La segunda, y más importante, es es que Vox sabe lo que quiere y lo transmite con eficacia, mientras que el PP anda desconcertado. El comienzo de esta legislatura lo está poniendo de manifiesto con claridad. Vox ha identificado cuál es el terreno de juego de la política española en este momento y en qué se diferencia del terreno en el que se ha jugado desde el comienzo de la transición. El PP, por el contrario, está soñando con un mundo que se fue. Todavía sigue pensando en el sistema político anterior a las elecciones de 2011. Hasta dichas elecciones el espacio político se lo repartían el PSOE y la UCD o el PP. Lo que perdía el partido de gobierno de un lado, lo ganaba el del otro. Y de una manera bastante uniforme en todos los niveles de la fórmula de gobierno construida a partir de la Constitución de 1978.

Ya no es así. El espacio político se ha fragmentado. No solamente en España, sino en todas partes. El sistema electoral mayoritario a una sola vuelta del Reino Unido de la Gran Bretaña ha permitido ocultar en la distribución de los escaños en la Cámara de los Comunes esta fragmentación, pero la fragmentación también está presente. El número de electores a favor de un segundo referéndum sobre el Brexit fue superior al de votantes del partido conservador, pero su distribución en varias candidaturas condujo a la aplastante victoria de Boris Johnson. En los países continentales con sistemas electorales proporcionales, la fragmentación no puede ser ocultada. El número de partidos con representación parlamentaria no deja de aumentar.

En España el sistema electoral es un híbrido entre el sistema proporcional y el mayoritario, porque fue diseñando con la finalidad de propiciar un bipartidismo imperfecto, pero bipartidismo. Y el sistema político de la Restauración ha funcionado con normalidad mientras ese bipartidismo se ha mantenido.

La contradicción en la que se mueve el sistema político español en este comienzo de siglo XXI es que su sistema electoral tiende al bipartidismo mientras que la realidad social subyacente tiende a la fragmentación. El sistema electoral español es en este momento un estorbo para que España pueda auto-dirigirse democráticamente. De aquí nace en parte  la dificultad para construir una alternativa de gobierno.

En el espacio de la izquierda parece que se ha encontrado una vía para alcanzar ese objetivo, como consecuencia, sobre todo, de la fortaleza/debilidad del PSOE. El PSOE ha despejado la incógnita de ser el primer partido de la izquierda española y el único, por tanto, que puede formar gobierno en este espacio. Al mismo tiempo ha comprobado tras los resultados de todas las elecciones generales desde las de 2011 que ha perdido la posibilidad de volver a ser alternativa en solitario. Aunque Pedro Sánchez todavía soñó tras las elecciones del 28 de abril de 2019 que podría serlo y se decidió por la repetición electoral, el resultado de las elecciones del 10 de noviembre lo sacó de la ensoñación. El PSOE sabe ya que, sin el concurso de la izquierda no socialista,  no puede gobernar.

En segundo lugar, también en estos años el PSOE ha aprendido que tampoco puede gobernar sin los partidos nacionalistas de las nacionalidades. De momento los partidos catalanes y vascos, pero al que puede incorporarse en un futuro próximo el gallego.

En el espacio representado por la izquierda y los nacionalistas empieza a haber un cierto orden, heterogéneo, pero con capacidad de entenderse con respeto mutuo, sin que nadie tenga que desaparecer. Dicha heterogeneidad  posibilita la configuración de un bloque que puede definir una alternativa para la dirección política del país. Ni Unidas Podemos, ni ninguno de los partidos nacionalistas o de los demás que integran dicho bloque  tienen el menor temor a ser fagocitados por el PSOE. Cada uno va a seguir siendo el que es. Compitiendo cuando concurran a las elecciones, pero respetándose después para poder gobernar.

En el espacio de la derecha no es así. Pablo Casado todavía sigue soñando con la unidad de la derecha bajo las siglas del PP como forma de poder volver a ser el Gobierno de la nación. Pretende reeditar la estrategia que puso en práctica José María Aznar cuando alcanzó la presidencia del PP a finales de los ochenta del siglo pasado. Y esa estrategia ya no es posible. Porque dicha estrategia exigía que a la izquierda hubiera un solo adversario, como ocurrió desde 1982 hasta 2008 con el PSOE. Frente a una izquierda diversa con el añadido de los nacionalismos, la pretensión de un PP reconstituido es una ensoñación.

A Ciudadanos el PP lo va a absorber, porque prácticamente ya no existe como partido. Pero Vox no se va a dejar absorber, porque su estrategia no es la de gobernar ya, sino la de hacer perder al PP toda esperanza de poder llegar a ser gobierno y erigirse de esta manera en el punto de referencia de la derecha española, del que se hará depender cualquier posible alternativa de gobierno desde este espacio.

El PP no está consiguiendo que Vox se desgaste lo más mínimo, mientras que Vox sí está consiguiendo desgastar al PP. Más todavía. Está consiguiendo que el PP interiorice su propio desgaste a favor de Vox. ¿Qué, si no, es lo que significa la sustitución de Alfonso Alonso por Carlos Iturgaiz? ¿Piensa Pablo Casado que, con operaciones de ese tipo, sacrificando con la coartada de Ciudadanos al partido en el País Vasco en el altar de Vox, va a conseguir credibilidad de algún tipo como candidato a la presidencia del Gobierno?

El 5 de abril está a la vuelta de la esquina. Y las elecciones catalanas inmediatamente después. En estas últimas Vox será ya el primer partido de las derechas españolas.


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