José Manuel Martín: «En las palabras está el motor del cambio que tanta falta va haciendo»

José Manuel Martín, Activista y autor de ‘Cronología de la Neolengua Española’, una obra comprometida que repasa la comunicación de los partidos del Régimen del 78.

Se introdujo en el mundo del activismo a través de las redes sociales, cuando una página de protesta en contra de la censura en Radio Televisión Valenciana acabó pariendo la Plataforma per la Transparència i la Pluralitat de Canal 9, cuyo primer manifiesto leyó Román de la Calle ante miles de personas hartas de la corrupción mediática de dicho ente.

Ese mismo año participaba en la fundación de Govern Obert, una de las primeras plataformas adheridas a Transparency International del Estado español. Dirigió Centrados en mí, un modesto documental acerca de la trama Gürtel con un digno recorrido en la red. Involucrado activamente en el nacimiento del movimiento 15M, realizó la primera tesis doctoral acerca del mismo. Ahora publica Cronología de la Neolengua Española (Universitat Jaume I, 2015), una obra accesible y comprometida que repasa de manera pedagógica y crítica la comunicación de los partidarios de la austeridad en el Estado español. José Manuel Martín Corvillo, lingüista y ocasional colaborador de medios como Diagonal o Radio Klara, habla sobre la realidad a la que vamos y de las palabras que dibujan el camino.

Antes de nada, un nombre: Diccionario de la Neolengua, Carlos Taibo (La Catarata, 2015).

Una coincidencia estresante. Este libro iba a ser originalmente un diccionario. Y una buena mañana amanezco con que uno de los intelectuales a los que más admiro acaba de publicar un libro con casi el mismo nombre que el mío, que en esos momentos está en maquetación. El horror. Así que nada, a darle la vuelta a la tortilla y ordenarlo cronológicamente en vez de alfabéticamente, y por supuesto a cambiarle el título. Sudé porque pensé que mi editora se iba a mosquear: el libro llevaba escrito al 90% desde verano de 2013.

«Una institución pública fomentando una lectura crítica, algo inaudito»

Ha habido algún problema con su edición.

Sí, alguno. Estuvo cerrado con una editorial cuyo director ha trabajado para el Grupo Prisa durante bastantes años. Tras obtener el sí, desapareció durante un año sin ningún motivo aparente. Tras liberarlo del compromiso con esta editorial, lo moví por varias editoriales, la respuesta tipo ha sido “me encanta, pero entiende que es difícil publicar algo así sin tener problemas”. En la Universitat Jaume I sólo me han puesto facilidades. Una institución pública fomentando una lectura crítica, algo inaudito. Y en el proceso de difusión está habiendo algún que otro “si difundo esto mi jefe me mata”, pero ahí seguimos.

En el libro analizas sesenta expresiones empleadas por gobernantes y medios generalistas desde 2008 (“Desaceleración”) a 2015 (“Defender la austeridad”). Cada análisis ocupa una página, algo poco habitual y que puede parecer insuficiente.

La gente de a pie somos poco conscientes de la agenda que hay detrás de todas las decisiones políticas y económicas. Se ha logrado que estemos tan en la supervivencia, tan en el día a día, que no tenemos la perspectiva necesaria para entender qué demonios está pasando. Tan sólo pretendo aportar un relato ordenado en el tiempo para entender por dónde nos han querido llevar. Por eso me centro en el lenguaje, en los vocablos que han utilizado para justificar cada medida. La prioridad es la agilidad sin perder rigor. Profundizar siempre puede profundizarse, es cierto. Se podría hacer un libro para cada término. Pero seamos realistas: la gente para la que escribo no tiene tiempo ni ganas de leer 500 páginas con una bibliografía extensísima. Si son sesenta capítulos y cada uno te lo lees en 5 minutos estás invitando a la reflexión a través de su lectura… espero (risas).

Conciso, poco académico, ácido, breve y accesible para el lector no especializado. ¿Quizá es arriesgado para un investigador publicar un primer libro como éste?

Supongo que para un investigador que pretende mantener un puesto en una universidad, un prestigio, sería un suicidio en la España de hoy. Pero yo no tengo nada de eso, soy uno de tantos doctores que no trabaja de lo suyo [Martín es el autor de la primera tesis doctoral sobre el 15M]. Hay poco o nada que mantener (risas). No es un libro en absoluto académico, pero no por ello tiene que pecar de falta de rigor. De hecho, las fechas, los hechos, los números… todo está presente en el texto, pero bajo el nivel del discurso. Prefiero tomarme la investigación como algo más cercano al activismo. De hecho, siempre he procurado que fuese así y tampoco he tenido más remedio. Supongo que creo poco en las torres de marfil que hay dentro de las universidades, y creo en la responsabilidad que te da poseer cierta capacidad de análisis. Por eso precisamente no me importa no ser académico. Lo disfruto.

En la Cronología, a los vocablos que analizas los llamas ‘neolengua’, como en el 1984 de Orwell.

Es una metáfora, pero creo que se le ha ocurrido ya a mucha gente, no solo a Taibo o a mí. En el 1984 de Orwell, el Partido se inventa palabras, mutila otras o directamente le da sentidos nuevos a vocablos viejos. Todo lo hace para encajonar la percepción de la masa, para adocenarla y que sea imposible que su planificación, su agenda, se vaya de las manos. Creo que se pueden establecer paralelismos con esa estrategia de comunicación y la que han adoptado dirigentes y medios afines en el estado español desde que estalló la crisis. El objetivo es similar en ambos casos, y la estrategia también. El lenguaje es muy útil para quien sabe utilizarlo o para quien tiene buenos asesores. Creo que los gobernantes de este país son más de tener asesores que de saber hablar, por cierto. Pero la cuestión es que nos están metiendo de lleno en una vida maquinal, gris, desequilibrada, mecanizada e inhumana, y que el lenguaje es una herramienta para meternos un gol al respecto.

«Visibilizar ciertos conceptos puede llevar a que algunas personas se cuestionen la lógica de la situación»

Precisamente esa vida gris recuerda a los grandes clásicos distópicos. Hay quien cree que estamos viviendo 1984 de Orwell, otros piensan que es Un Mundo Feliz de Huxley.

Posiblemente estamos entrando en un feudalismo tecnológico. Trabajamos como cretinos a cambio de muy poco y el mantra de “no nos podemos quejar” convive con la frustración. Pero tenemos móviles, tablets, entretenimiento… No sé en mitad de qué obra de las dos estamos. Es una pregunta interesante. Creo que en parte es una mezcla muy descarada: las ideologías están ya pasadas de moda para la mayoría, se nos ha orientado a trabajos muy mecánicos incluso en ámbitos como la educación o el arte, donde se nos ha impuesto un modelo McDonald’s según el cual lo importante es la cantidad, único baremo de rendimiento. Nos hacen odiar al personaje de turno como en el minuto de odio de 1984, sea Pablo Iglesias, sea Artur Mas, sea quien sea. En eso creo que es todo muy orwelliano. Por otra parte, Chomsky ya ha dicho que hemos absorbido el paradigma del beneficio: los amigos son un número gracias a las redes sociales, nuestros hábitos de consumo se han trasladado a nuestras relaciones, y el triunfo social o al menos su exhibición es una meta que pasa por encima de otras cosas. Si ves a la gente pasada de speed en cualquier garito un fin de semana o cómo te meten el sexo hasta en los anuncios de electrodomésticos, te das cuenta que también es muy como ese mundo feliz: soma y sexo para olvidar la vida cotidiana, que es un poco insoportable. Coincidiremos en que todo tiene un tufillo bastante distópico.

Volviendo a la Cronología de la Neolengua Española, antes de abordar los términos contextualizas la crisis… desde el año 2002. ¿Por qué?

Creo que es necesario dejar claro de dónde sale la crisis, de dónde sale la burbuja inmobiliaria, quién sugiere que el dinero de los grandes inversores se meta aquí o allá… Hay nombres y apellidos, hay instituciones públicas electas y no electas en ello. La crisis del capitalismo del siglo XXI no sale del éter, ni es una torpeza de un gobernante en concreto. Es algo previsto y aprovechado. No es una conspiración fílmica, es una estafa en toda regla. Lamentablemente, creo que demasiadas personas destinan demasiada energía en conspiraciones de billetes de dólar, de películas, de teorías insostenibles.

El prólogo de este libro lo ha escrito Yorgos Mitralias, fundador de Syriza, quien habla del problema de la deuda pública como origen de todos los males del sur de Europa.

Concuerdo con su punto de vista, aunque creo que el origen de todos los males es más bien el sistema capitalista de libre mercado, pero eso es un debate más profundo. La cuestión es que, como dice Mitralias, la madre del cordero es deber una suma indeterminada de dinero que nunca se acaba de pagar a unos acreedores que nadie logra identificar, y encima hay unos mediadores con los que no se puede negociar. Parece que solicitar una auditoría de la deuda soberana sea de hippies, de locos, de radicales. Y es lo más socialdemócrata del mundo: no conozco a absolutamente nadie que quiera devolver un préstamo sin conocer las condiciones. A nadie. Ahora: se le ocurre a un griego decir que antes de devolver un euro quiere saber el motivo, la cuantía y el acreedor y un buen número de españoles va a tildarlo de radical, de loco. Mal estamos cuando a la sensatez se la tilda de extremo.

En tu libro afirmas que las palabras determinan las realidades individuales pero también las comunes. Según tu opinión, esto es un problema.

Sí, lo es. Hay un proceso en comunicación que se conoce como subsunción. Se da cuando la gente asume que cosas que llevan miles de años entre nosotros son producto de realidades más recientes. Los indios americanos pensaban que la tierra no tenía dueño, y la invasión europea les introdujo el concepto de propiedad: ya han dejado de disociar ambos conceptos, y han asumido que su reserva es suya y el resto del continente no. Lo mismo sucede con las vistas: un piso con vistas a un sitio bonito vale más que uno que no las tiene. Incluso la intimidad, una cosa tan antigua, tan inmaterial, ahora es un bien con el que se comercia, desde el famoseo casposo en las revistas hasta el señor Zuckerberg vendiendo todo lo que escribimos a las empresas de colocación de anuncios. Que asumamos todo eso tiene bastante que ver con los conceptos con los que se nos bombardea desde la escuela primaria.

«En el proceso de búsqueda de alternativas: hay que introducir variables nuevas, palabras nuevas, significados nuevos, metáforas nuevas»

Si parte del origen del problema está en las palabras que se utilizan para introducir ciertos conceptos, parte de la solución debe estar en otras palabras y otros conceptos.

Es posible. La lengua inglesa tiene una metáfora que me gusta bastante: think outside the box. Esto es, de manera literal, “pensar fuera de la caja”. Yendo al ámbito del pensamiento y la comunicación, creo que implica pensar fuera de los parámetros que usamos a diario, de las metáforas que usamos sin darnos cuenta en el 90% de las ocasiones. Me parece algo esencial en el proceso de búsqueda de alternativas: hay que introducir variables nuevas, palabras nuevas, significados nuevos, metáforas nuevas. Pasar de la contraposición, de la oposición, de la competencia en busca del máximo beneficio individual a la colaboración, al bien común por encima de provechos personales. Y para eso hace falta esos conceptos y, voy a insistir otra vez, pedagogía.

Hay gente que sostiene que esos conceptos, esas palabras, existen desde hace siglos, y que sólo es necesario acercarse a ellos.

No creo en inventar la rueda, pero tampoco en insistir con términos que llevan tiempo sin calar. Uno no puede enrocarse en posturas fijas, en un acervo limitado, y enfadarse y llamar posmoderno despectivamente a todo lo que no se acerque al dogma. Perdón: puede hacerlo, pero cambia pocas cosas. Creo que hay que pensar en términos más líquidos, menos fijos. Ahora, también creo que muchas veces se infravaloran ciertas realidades, como si las cosas tuviesen que funcionar desde el minuto uno. Por ejemplo, últimamente ha surgido un personaje como Varoufakis, cuyo valor creo que es precisamente pone sobre la mesa nuevos conceptos: cuestionar la legitimidad de la deuda, mencionar la palabra auditoría en pleno Europarlamento, con el impacto político pero también mediático y social que comporta. Es algo que tiene un valor enorme, porque sitúa la pregunta “¿de dónde sale la deuda?” en el imaginario colectivo, que lleva demasiado tiempo asumiendo que hay una deuda, sin más. ¿Soluciona algo? No por sí mismo, pero visibilizar ciertos conceptos puede llevar a que algunas personas se cuestionen la lógica de la situación, y posteriormente a que ese proceso se extienda. Quizá, quien sabe, en las palabras está el motor del cambio que tanta falta va haciendo.

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