La imbecilidad como arma política. De Trump a Ayuso

  • «El hilo de la imbecilidad conecta tanto EEUU con España como Steve Bannon conectaba a Trump con Abascal»
  • «La imbecilidad política que degrada la democracia es reflejo de la sociedad pero también es causa de esa degradación»
  • «Ayuso, y la permisividad policial, ha conseguido que Madrid sea territorio libre para el contagio de extrema derecha y negacionistas»

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Donald Trump, en una imagen de archivo. / Efe

Hace cuatro larguísimos años Trump estaba a punto de ganar sus primeras elecciones. El filósofo americano Aaron James se inspiró en el magnate para escribir Trump. Ensayo sobre la imbecilidad. El autor llevaba años desarrollando una teoría de la imbecilidad y la degradación que provoca de la política democrática, afectando a la convivencia.

El texto explica cómo la imbecilidad va sustituyendo paulatinamente a la deliberación y al consenso. Con una persona imbécil no se puede discutir, no valen los argumentos racionales.

James anticipó la victoria de Trump. Y acertó. Es cierto, Trump sacó menos votos que un candidato aún mayor y sin carisma como McCain y perdió en votos con Hillary Clinton, pero ganó la presidencia. Independientemente de cómo la señora Clinton llegó a la carrera presidencial, torpedeando a Sanders con toda la maquinaria de su partido, Clinton machacó en todos los debates a Trump. La «reina del caos», como la denominó la periodista Diana Johnstone por su belicismo, era una profesional y preparada gestora, pero sus argumentos dieron igual. Trump lleva en la Casa Blanca cuatro años y puede volver a ganar a un Biden que ha intentando bajar al fango de los sentimientos más primarios en su único debate sin ningún éxito. No se puede ganar a un idiota negacionista que se contagia de covid-19 y sale del hospital cuando le da la gana en su terreno. Está más allá de los argumentos. Y la decencia.

Aaron James analizó las armas dialécticas de Trump, el imbécil alfa. Eran la calumnia y la falacia ad hominem sobre su propia persona. Utiliza su imagen de hombre de éxito para situarse en una posición moral superior a sus rivales. Reduce todo a que su éxito económico, ocultando la originaria inyección de dinero de papi, va ligado al mismo éxito a todas las esferas de la vida. Unido a esto, ha conseguido que decir lo primero que se le pasa por la cabeza sea interpretado como honestidad. Las sandeces que dice se han retorcido como una muestra de autenticidad contra la supuesta «corrección política» de los políticos profesionales. Y lo sabe. Está tan seguro que ha dicho, como se recoge en el libro de James, «podría matar a alguien en mitad de la Quinta Avenida y no perdería votos». No le resta popularidad ni la enésima acusación de agresión sexual, ni no pagar impuestos, ni alentar a facciones paramilitares de extrema derecha, ni sus relaciones con el enemigo ancestral, Rusia, ni escaquearse del servicio militar, como Abascal, ni mofarse de los heridos de guerra. Nada.

Veremos si le pasa factura la escandalosa cifra de muertes y su inutilidad para gestionar la pandemia, pese a su supuesto contagio y a su milagrosa cura.

Trump ha enaltecido la violencia como sustituto del diálogo, que es imprescindible en democracia. James ve en Trump un síntoma de una democracia en crisis de credibilidad y fiabilidad. Se recurre a él como una figura violenta y autoritaria para hacer lo que hay que hacer. Un caudillo como el que echa en falta Abascal. Habitualmente se está metiendo a Trump dentro del populismo muy de derechas, de una derecha alternativa susurrada por Steve Bannon como un núcleo irradiador de radicales internacionales. Pero, aunque esta mezcla de Lex Luthor y Jesús Gil sea un superdotado en imbecilidad, mentira y recursos, aunque sea la representación viviente de un amoral sueño americano de un macho hecho a sí mismo (mentira), ¿es un síntoma o es el eslabón de una cadena? ¿es algo nuevo o el estertor de una neoliberalismo que tiene que radicalizarse para sobrevivir? ¿ha sido el presidente más imbécil y que ha pasado por el Despacho Oval?. Trump se ve a sí mismo como un sucesor de Reagan, junto a Nixon, uno de los imbéciles primigenios de la derecha. Reagan, el actor de segunda, llegó a la presidencia aupado por la mentira de la “reina de la beneficencia”. Metió en campaña dicha “reina de la beneficencia”, vecina de un barrio pobre de Chicago. Según Reagan, tenía ocho identidades con doce tarjetas de la Seguridad Social, cobrando cuatro pensiones de viudedad de falsos maridos. Con sus fraudes, lograba unos ingresos de 150.000 dólares anuales libre de impuestos.

Las mentiras de V0X y las supuestas “paguitas” no son ni originales. Las fake news ya estaban ahí.

Ahora, con los gurús de las redes sociales conociendo y dominando el sistema (Occupy Wall Street y el 15 M les pillaron con la guardia baja), es más fácil extender la violencia cuando interesa, tocando los instintos más primarios con un decálogo fascista que también ya estaba ahí, latente.

Pero en cuanto a imbecilidad pura, sobre estulticia, Trump no puede ganar nunca a Bush Jr. Little Chicken, como le llamó el cineasta Michael Moore. Protagoniza un capítulo en la obra del escritor Andrés Barba, La Risa Caníbal titulado George Bush, el payaso involuntario. El presidente de EEUU entre 2001 y 2009 creía firmemente que era un elegido de Dios para liderar las fuerzas del Bien contra el imperio del Mal. Con una incultura incluso mayor que la de Trump, era un tipo de una impermeabilidad y dislexia superiores a las de M.Rajoy. Una persona profundamente incapaz embarcó a la mayor potencia militar del mundo en las guerras de Irak y Afganistán.

“Voy a ver si consigo acordarme lo suficiente de la respuesta que tenía que dar para que parezca que se algo del tema” se recoge en el libro que dijo en Cleveland en 2007 la persona que manejaba un arsenal nuclear capaz de matarnos a todos.

Siendo un completo inútil, fue capaz de hacer lo que no supo Aznar y ganar unas elecciones después de un brutal ataque terrorista. Después de ese paso por la Casa Blanca, la imbecilidad de Trump, su patrioterismo barato y su mentira no puede sorprender a nadie. Es una vuelta de tuerca más en un proceso de radicalización.

El hilo de la imbecilidad conecta tanto EEUU con España como Steve Bannon conectaba a Trump con Abascal. Antes de que la presidenta de la Comunidad de Madrid batiese todos los récords de viñetas de la revista satíritica El Jueves, en Madrid tuvimos a otra pata negra de la imbecilidad política. La exalcaldesa Ana Botella dejó una huella imborrable en la capital y en los organizadores de los Juegos Olímpicos. Ana estuvo en la toma de posesión de Bush desde la tribuna de invitados especiales junto a miembros de FAES y Antonio Hérnandez Mancha, expresidente de Alianza Popular que apareció en los Papeles de Panamá y se vio salpicado en su presidencia por el caso Naseiro. Ana Botella, la creadora de la mítica frase “relaxing cup of coffe en la Plaza Mayor”, y liquidadora de vivienda protegida en sus ratos libres, dejó grandes perlas para la historia equiparables a las de su pareja. Antes de ser alcaldesa, Ana Botella ocupó la Concejalía de Medio Ambiente en Madrid. Ante las denuncias por la excesiva suciedad de las calles de Madrid en el año 2010, Botella afirmó que los mendigos eran «una dificultad añadida» a la limpieza de las calles. Los disturbios de Gamonal fueron para ella atentados. Antes de esto, en 2001, presentó un libro infantil de cuentos. Tuvo que decir que la Cenicienta “es un ejemplo por los valores que representa. Recibe los malos tratos sin rechistar y busca consuelo en el recuerdo de su madre”. Normal que la relacionasen con la facción ultracatólica Legionarios de Cristo. En 2002 encontró al único culpable de la catástrofe ecológica del Prestige, el barco.

En 2004 explicó la homosexualidad con peras y manzanas y afirmó que no casaría a una pareja “así”.

Encontró al culpable de que Madrid no se llevase las olimpiadas de 2012 al deducir que fue porque Zapatero no se levantó ante la bandera de EEUU. Volvió a sacar su lado ultra en una entrevista en 2008 posicionándose en contra del aborto de una menor violada y afirmó sobre sobre la ley del aborto de 1985 que “todos los ciudadanos han visto esas escenas realmente espeluznantes de niños de siete meses de gestación en las trituradoras”.

Al lado de estrella propia de Ana Botella, la imbecilidad de Aznar y Esperanza Aguirre tomó otro cariz. Esperanza Aguirre fue la Ministra de Cultura sin cultura que amenizaba el programa de televisión Caiga Quien Caiga. No conocía a actores, actrices, directores, películas ni escritoras, pero usó la popularidad que le dio la televisión para ir escalando en el PP y transformarse en la “Dama de Hierro” de la capital. Aznar debe ser uno de los pocos expresidentes del mundo que ha introducido un bolígrafo en el escote de una periodista. Nadie le dice si puede conducir borracho. Fue capaz de adquirir acento americano en su castellano en horas mientras departía sobre una guerra con los pies encima de la mesa con Bush Jr. Aunque llegó al Gobierno con un mensaje muy agresivo contra la corrupción del PSOE, tuvo un criadero de ranas como Gobierno que desembocaron en M.Rajoy. M. Rajoy era un hombre que pasaba por allí cuando pasaban cosas gordas y ponía cara de circunstancias. Igual te daba un mitin incomprensible sobre el ciudadano y el alcalde subido en un banco que te freía un par de huevos en la casa de Bertín Osborne. Lo mismo decía que los escapes de la mayor tragedia medioambiental del país, el Prestige, eran “hilillos de plastelina” que en la televisión reconocía que se quedaba sin argumentos porque no entendía su letra.

Era el político que abandonaba el hemiciclo para tomarse un whisky en mitad de una moción de censura por el mayor caso de corrupción de un partido político en España.

La actual pandemia ha sacado lo mejor de ambos expresidentes. Mientras uno huía del confinamiento hacia la costa de Marbella, el otro salía a hacer deporte a la calle cuando le apetecía. Pero pasaba lo mismo que en EEUU, un partido que tiene como padre espiritual a una persona que se va a bañar a una playa en la que ha caído un proyectil nuclear, ya tenía el listón de la imbecilidad muy bajo. España ya era diferente, pero igual. Igual de maleable al paradigma neoliberal presentado desde la imbecilidad. Con élites políticas igual de simples en el mensaje, igual de implacables en la privatización y degradación de todo lo público. Imposible argumentar contra rocas sin sentido del ridículo.

El resultado del poso anterior agitado con la crisis internacional ha generado “pequeños Trumps” que pululan por el mundo, y sufrimos también en España.

El paraguas de la derecha se abrió y del bigote de Aznar salieron tres derechas que se retroalimentaron en imbecilidad y radicalidad, liderando la agenda ultra un proyecto de caudillo, Abascal, al que también le susurraba Steve Bannon. Y mientras las derechas de Casado y Abascal han devorado a Ciudadanos, la pupila de Casado, Ayuso, brilla con luz propia en la Comunidad de Madrid. Escudada por Almeida, el alcalde de Madrid, y con el líder de Ciudadanos, Aguado, como mascota, la imbecilidad de Ayuso amplificada por la gestión de la pandemia ha cruzado fronteras. Si el Financial Times se fijaba en su nefasta gestión comparada con Nueva York, resaltando el error de relajar las medidas de control de la enfermedad, el diario británico The Times la denominaba también “Dama de Hierro”, como a Margaret Tatcher, indicando, también, que había emprendido una guerra contra las normas del coronavirus.

Ayuso aúna la fe en sí misma de una guerrera contra el socialcomunismo maligno y la falta de sentido del ridículo, como Bush, con la capacidad para mentir y locuacidad agresiva para salir de cualquier atolladero atacando, sin nunca flaquear, como Trump.

No cuenta con los recursos económicos y experiencia de Trump, pero tiene toda la batería de medios de derechas a sus pies, para los que está entre una musa y Juana de Arco, con portadas y editoriales que dan vergüenza ajena.

La falta de antagonista a nivel regional, con un Gabilondo absolutamente desaparecido, ha hecho que su figura se agrande y lidie su cruzada maniquea contra Sánchez y el gobierno de la nación. En este empoderamiento truculento, ha sido capaz de, como hace crónica de la realidad grotesca El Jueves, eclipsar a sus predecesoras, una ladrona de cremas, un encarcelado y la lideresa campechana que dejó crecer las tramas Gürtel y la Púnica en Madrid. Después de hacerse sitio echando de menos los atascos nocturnos y liándose con las ayudas para no natos, la actual pandemia le ha permitido destaparse. Mientras atiborrada a pizza a menores sin recursos meses, ha montando un hospital cuando desmantelaba hospitales y atención primaria, ha perdido dos aviones de material sanitario, ha contratado religiosos en vez de sanitarios para los hospitales o ha dejado de hacer pruebas para reducir los positivos, también ha tenido tiempo de trufar esta gestión kamikaze con comentarios absolutamente idiotas, como decir que “si cierras los bares, la gente vuelve a sus casas e infecta a sus familias”. Sus imbecilidades han encontrado réplica hasta en Craig Mazin, creador de la serie Chernobyl de HBO en 2019, para indicar que no había entendido la producción después de usarla para atacar a la izquierda de la Asamblea de Madrid. Sus majaderías impiden una discusión mínimamente racional mientras ejecuta su agenda de privatización, bajo el eufemismo de “colaboración público privada”, a un ritmo marcial. Su imbecilidad es su arma.

La imbecilidad política que degrada la democracia es reflejo de la sociedad pero también es causa de esa degradación. Las personas que adquieren una responsabilidad de representación política , que cobra más importancia inmersos en una pandemia, tienen la obligación, si son capaces, al menos de medir su idiotez si están vidas en juego. Ni siquiera se les pide llegar a grandes consensos, solo gestionar sus recursos para proteger vidas y no hacer otras idioteces como alentar la violencia de extrema derecha.

Un poco de tregua, que ya han llegado al culmen de la imbecilidad Ayuso apoyando la “rebelión cayetana” en lo más crudo del confinamiento en España y Trump jaleando a los grupos paramilitares. Ayuso, y la permisividad policial, ha conseguido que Madrid sea territorio libre para el contagio de extrema derecha y negacionistas y jaula para los barrios y municipios más deprimidos. Trump ha provocado que grupos como Wolverine Watchmen planeen el secuestro de la gobernadora de Michigan y que paramilitares tiroteen manifestantes en las protestas del Black Lives Matter. Por también tienen su responsabilidad en el contagio de la imbecilidad en la sociedad los medios de comunicación que aplauden, como reflejó Rosa María Artal en el artículo El auge de los idiotas, cada parida que dicen. La prensa está haciendo seguidismo de sus taraduras, en el que hasta las reinas de las mañanas meten constántemente mítines contra los “comunistas peligrosos”, extendiendo la imbecilidad y degradando la democracia.


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