Lecciones de Grecia

El gobierno de Syriza nos muestra el camino. Por primera vez en la historia reciente de Europa un pueblo ha sido consultado sobre una decisión trascendental para él.

El pueblo griego no se ha dejado amedrentar y ha votado dignamente diciendo que no al chantaje de la Troika. Ni el corralito provocado por el terrorismo financiero internacional, ni las amenazas, ni la masiva campaña por el sí de los grandes medios de comunicación y de las instituciones europeas han funcionado. El voto por la dignidad superó con creces al voto del miedo. Un gobierno digno, que hizo lo que ningún otro, darle la voz al pueblo, se vio apoyado masivamente por un pueblo digno, que supo estar a la altura de las circunstancias históricas. Grecia, Europa, incluso el mundo, se jugaban mucho.

El 5 de julio de 2015 puede marcar un antes y un después. Lo acontecido en Grecia supone una gran lección para la izquierda real internacional, para los pueblos del mundo en general. En la cuna de la democracia ésta ha sufrido un importante impulso.

Syriza mostró sobradamente su voluntad de diálogo durante varios meses, pero cuando casi se había alcanzado un acuerdo, traspasando incluso líneas rojas del programa de la formación de izquierdas, el FMI siguió con su campaña de someter a toda costa al gobierno griego. Afortunadamente, Tsipras reaccionó a tiempo y cuando en sus propias filas empezaba a haber cierta (y lógica) rebelión, las nuevas condiciones que quería imponer el FMI le sirvieron de excusa perfecta para hacer lo único que podía hacer si no quería suicidarse políticamente: convocar un referéndum y pedir el no al chantaje de la Troika.

La decisión era muy arriesgada. Syriza demostró que por encima de todo era fiel al mandato popular y cuando no podía cumplir su programa le dio la voz a su pueblo. Asimismo, en un acto de dignidad y coherencia, asumió que si perdía dicho referéndum debería dimitir el gobierno y convocar nuevas elecciones generales.

La jugada por parte de la mafia internacional, que es lo que es esencialmente la Troika, era muy clara: derribar al gobierno de Syriza. Si este partido traicionaba su programa no sólo se demostraría ante el resto de países que no hay alternativas (el gran objetivo del neoliberalismo, del capitalismo en general), sino que el electorado, muy probablemente, daría la espalda tarde o pronto a Syriza, incluso no podía descartarse un estallido social, el cual hubiera sido la excusa perfecta para implantar soluciones más drásticas que impusieran un gobierno títere de Merkel y compañía.

Por otro lado, la convocatoria de referéndum abría las puertas para la mafia financiera y política internacional de expulsar prematuramente al gobierno díscolo que osaba plantear alternativas, que, por primera vez, pretendía negociar y no claudicar. La mafia provocó el corralito y puso en marcha una campaña masiva por el sí, con la complicidad de la maquinaria mediática, demostrando, de paso, una vez más, que los grandes medios de comunicación son en realidad medios de propaganda del gran capital.

La primera gran lección que nos ha dado Grecia es que un gobierno que pretenda transformar la realidad debe contar con su pueblo, dándole la voz, fomentando el activismo en las calles, etc. Un gobierno que pretenda cambiar la realidad debe ser ante todo coherente y valiente. Syriza ha demostrado serlo. La labor de un gobierno que pretenda aplicar políticas alternativas, no someterse a la dictadura internacional del Capital, es muy difícil y necesita el apoyo constante de las masas. Con democracia es cómo podrá vencerse al neoliberalismo en primer lugar, al capitalismo más adelante. Ahora bien, la democracia no sólo consiste en brindarle al pueblo la posibilidad de participar en las decisiones que le afectan, también se trata de poner las condiciones adecuadas para que pueda hacerlo con pleno conocimiento de causa. Sin una prensa libre la democracia está tocada de muerte. Es imprescindible tener unos medios de comunicación al servicio de la ciudadanía, en vez de al servicio de las oligarquías. Para ello, lo primero de todo es democratizar los medios públicos de comunicación, muy especialmente la televisión. Gracias a que Tsipras reabrió la televisión pública los griegos tuvieron ocasión de tener algún medio mínimamente imparcial, pues las cadenas privadas han desinformado todo lo posible.

Un gobierno transformador debe proveerse cuanto antes de grandes medios de comunicación públicos plurales y deberá también afrontar, lo antes posible, la regulación de toda la prensa para evitar la desinformación masiva. El ciudadano tiene derecho a conocer la verdad así como a acceder en igualdad de condiciones a distintas versiones de los hechos, a opiniones enfrentadas. La grave situación que vive Grecia, esta vez, ha hecho que la desinformación masiva ejercida por los grandes medios del Capital no haya funcionado, pero no olvidemos que dicho país ha necesitado llegar a una situación desesperada para que la gente reaccione. No hay una democracia sana sin una prensa libre. Un gobierno que nade contracorriente deberá combatir desde el primer día, con hechos y con palabras, los numerosos prejuicios impregnados por el capitalismo durante décadas en las mentes de las personas. Tan importante como hacer cosas distintas es explicarle al pueblo las decisiones tomadas, enfrentándose abiertamente, en igualdad de condiciones, a los enemigos políticos.

Parece ser que el no ha recibido el apoyo mayoritario de la juventud mientras que la gente más mayor se ha inclinado sobre todo por el sí. Ésta es una percepción (corroborada por ciertos estudios) que tenemos muchos en muchos países: los jubilados son el principal lastre popular para el cambio. Son sobre todo quienes siguen apoyando en las urnas a los viejos partidos que han provocado la situación actual. Es obvio que el miedo siempre está más del lado de la gente mayor, así como la ignorancia y la desinformación. El gran problema que tiene el pueblo es que una parte de él actúa en contra de sus propios intereses. Patético era ver en la televisión a los ancianos como locos haciendo colas en los bancos para sacar sus míseras pensiones durante el corralito, o hablar (y votar) en contra del primer gobierno que realmente defiende sus intereses. Es obvio, por un lado, que para que se produzca el cambio (y esto es también muy válido para España) hay que movilizar masivamente el voto joven y de la gente de mediana edad, y, por otro lado, que hay que hacer una constante labor pedagógica con la gente mayor que no sabe por dónde se anda. En esta labor no sólo deben participar los grandes líderes usando los grandes medios de comunicación, sino que también los jóvenes deben convencer a sus padres y abuelos de que hay que votar más responsablemente, de que su habitual forma de votar perjudica a ellos mismos y a sus familiares más inmediatos. La inconsciencia y la desinformación hay que combatirlas tanto a gran escala como a pequeña escala. Cada uno de nosotros tiene un importante papel que jugar.

En unos pocos meses Syriza ha demostrado que hay alternativas. Para empezar, en la manera de gobernar. Es posible enfrentarse a los poderosos. Hablarles cara a cara, amablemente pero contundentemente. Es posible, con voluntad política, darle la voz al pueblo. Éste puede comprender, puede estar a la altura de la situación. Lo que desean precisamente los apologistas capitalistas es un pueblo ignorante, desinformado, que simplemente se limite a elegir a sus dictadores para que éstos decidan por él. Lo único que quiere el capitalismo de los pueblos es que legitimen el sistema en las urnas, para afianzar su dictadura (cada vez menos) camuflada. Admitiendo que en algunos detalles técnicos haya complejidad, esto no debe impedir que la gente vea con claridad las generalidades, entienda a grandes rasgos su sistema político y las decisiones que se toman en él y que le afectan directamente. Todo gobierno transformador debe fomentar el tener un pueblo bien informado, bien formado y lo más activo posible. Esto no podrá lograrse en dos días. Pero cuanto antes hay que ponerse manos a la obra. Es muy sintomático que los mismos que de alguna manera justifican democracias de baja intensidad, en las que al pueblo es mejor no consultarle ciertas decisiones, por su supuesta ignorancia, no hacen nada por mejorar el nivel cultural del pueblo, muy al contrario.

Syriza ha logrado en unos pocos meses demostrar en la práctica que es posible empezar a cambiar las cosas. Obviamente, en unos pocos meses tampoco puede conseguirse mucho. Pero el gobierno de Tsipras, a pesar de las enormes dificultades, ha logrado mucho más en unos pocos meses que los gobiernos anteriores en años. Ahora, se abren las puertas, por fin, a una reestructuración de la deuda. Ahora, por fin, las perspectivas de obtener un acuerdo que permita a Grecia recuperarse de la pesadilla en la que está sumida desde hace varios años son halagüeñas. No será fácil, por supuesto, pero por lo menos ahora hay ciertas opciones.

Si Europa da la espalda a Grecia, lo cual parece bastante improbable (no hay más que ver la actitud de Estados Unidos y el FMI en los últimos días), entonces Tsipras no tendrá más remedio que seguir para adelante sin ella. Y esto es muy arriesgado para el capitalismo internacional. Éste no tiene más remedio que ceder un poco para intentar evitar cambios mayores. Porque si Grecia sale del euro y demuestra en la práctica que eso no significa el caos entonces esto puede representar un ejemplo mucho más peligroso para el Capital.

Sin contar con la cuestión geoestratégica. Una Grecia cercana a Rusia no gusta nada a la principal potencia imperialista. Haga lo que haga la Europa del Capital, Syriza ya ha conseguido una pequeña pero muy simbólica y crucial victoria: demostrar en la práctica que hay alternativas. Habrá que luchar para que éstas se vayan radicalizando con el tiempo, pero para poder llegar a la cima de la montaña, además de brújula, además de voluntad, se necesita un campamento base, realismo, prudencia y tiempo.