- «Históricamente, se ha comprobado que no se necesita que toda la población tenga ideas fascistas o autoritarias para crear un régimen autoritario o fascista», dice Mark Bray, autor de ‘Antifa’, una historia del movimiento antifascista
- «No podemos ignorarlos, pero no debemos hablar o escribir sobre los partidos ultraderechistas como si fueran partidos normales»
Mark Bray, autor del libro ‘Antifa’ // Olmo Calvo
Mucha gente pensaba que 1945 supuso la derrota definitiva del fascismo en Europa, pero los acontecimientos de la última década han demostrado lo contrario. Bajo diferentes formas políticas y con partidos de características diversas en cada país, la extrema derecha ha regresado a Europa con su mensaje racista de costumbre. Esta vez no se puede decir que no estemos avisados.
Mark Bray tiene una respuesta sobre lo que hay que hacer desde el campo de la izquierda. La explica en su libro ‘Antifa’, publicado en España por Capitán Swing, una historia del movimiento antifascista a lo largo de varias épocas y países que se lee como un manual sobre las tareas pendientes.
Su mensaje es claro: no es suficiente con votar en las elecciones.
La conversación se realiza en español. El libro comienza con una cita de Durruti: «Al fascismo no se le discute, ¡se destruye!».
Empecemos con cuestiones prácticas. ¿Está bien pegar a un nazi?
Sí, pero creo que es importante destacar que la lucha antifascista es mucho más que eso y cualquier acción tiene su contexto. Creo que hay más en esta pregunta que un sí o un no. Hubo un artículo en The New York Times hace dos años después de un puñetazo al ultranacionalista Richard Spencer y que contaba cómo fue el debate en Estados Unidos, cómo había varias perspectivas. Fue la primera vez que esta pregunta se presentaba de esta forma en la historia reciente de Estados Unidos.
El libro da los ejemplos de Noruega y Dinamarca donde se puede apreciar que la violencia sí ha formado parte de las respuestas eficaces contra el fascismo en varios lugares del norte de Europa.
Sí, y antes de responder quiero decir que frecuentemente en la historia del antifascismo son los fascistas o grupos de ultraderecha los que han iniciado muchos conflictos. Se puede hablar sobre la batalla de Lewisham de 1977 en Londres cuando el grupo fascista Frente Nacional se manifestó a través de un barrio inmigrante. Muchos antifascistas, inmigrantes y feministas se movilizaron para enfrentarse a ellos y tuvieron éxito en impedir físicamente su marcha. Después de este conflicto, el Frente Nacional no hizo más intentos de organizarse en ese barrio.
Pero para mí es importante también hablar sobre la lucha contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Civil española, porque se puede ver que si no paramos esas políticas, pueden tener éxito. No estoy diciendo que necesariamente vayan a tener éxito, pero pueden tenerlo en el contexto actual. La autodefensa es necesaria.
En el análisis de épocas anteriores como los años 30 hay varias razones para explicar el éxito del fascismo en Europa, como la crisis económica y el aumento del paro en dimensiones gigantescas. Pero el libro también habla de los errores de los grandes partidos de la izquierda. ¿Cuáles fueron esos errores?
Por ejemplo, no entender que el fascismo era un peligro nuevo. Los líderes de los partidos comunista y socialista pensaban que el fascismo no era otra cosa que una forma más de la política reaccionaria tradicional. No cambiaron sus formas de resistencia y estoy hablando del periodo anterior a la victoria de Hitler, especialmente con la Guerra Civil española. En Alemania el partido socialista y también el partido comunista pensaban que era posible oponerse a los nazis solamente en las urnas, y no organizar una resistencia más amplia. Hubo excepciones, pero los líderes pensaban así. Era diferente la perspectiva de algunos barrios socialistas y comunistas que pensaban que era importante llevar a cabo cuanto antes una resistencia directa.
En el libro aparece la idea de que el fascismo roba o puede robar a la izquierda su ideología, su estrategia y su cultura. ¿Qué quiere decir con eso?
Para empezar, hace cien años la política popular fue una invención de la izquierda con sus grandes mítines y sus periódicos. A la derecha tradicional no le gustaba. Era más aristocrática. Luego, Hitler se hizo llamar nacional socialista. Mussolini se hizo llamar sindicalista nacional. Fue un intento de usar la popularidad del socialismo o de la lucha trabajadora y sumarlas al nacionalismo y los valores tradicionales. Ahora es un poco diferente, pero hay ejemplos, como la retórica de la igualdad con la que (los ultras) dicen que si hay un poder negro, por qué no un poder blanco. La nueva ultraderecha francesa promueve la idea de que los fascistas no deben hablar de supremacía, sino de igualdad de la raza blanca, por ejemplo. Y también la retórica de liberación nacional de la gente blanca.
Mark Bray, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid // Olmo Calvo
En el caso de Suecia y otros países como Francia existe lo que podríamos llamar una extrema derecha ‘respetable’, entendida como algo diferente a grupos nazis muy marginales. Y la lucha contra esos partidos es más importante que contra los neonazis.
Sí, claro.
En esos casos, no funciona la violencia e incluso puede ser contraproducente para la lucha antifascista.
Y es cierto también en otros países en que los partidos ultraderechistas en el Parlamento tienen mucho más poder que grupitos fascistas. Entonces la pregunta es cómo organizarse contra estos partidos, porque no se puede hacer lo mismo con ellos que con pequeños grupos de skinheads. Para crear un movimiento antifascista fuerte, se necesita crear grupos, asambleas, sindicatos y muchas formas de resistir para que cada persona tenga su opción de participar.
Como ejemplo, entrevisté a una antifascista de Holanda que hizo investigaciones sobre vínculos entre el partido de Geert Wilders y grupos explícitamente nazis y publicó esta información y hubo gente en el partido que fue despedida.
En Estados Unidos se ha escrito que es un problema si la violencia fomenta el victimismo entre dirigentes ultras. ¿Es grave que se presenten como víctimas?
Es cierto que ante la lucha antifascista la ultraderecha siempre dice que son víctimas: nos han atacado, atacan nuestra libertad de expresión, etcétera. Pero también creo que es importante recordar que la ultraderecha siempre se presenta como víctima y es típico en su identidad. ¿Víctima de quién? De los judíos, de los musulmanes, de los inmigrantes, del feminismo, etcétera. Para mí, la pregunta es cómo se desarrolla un movimiento fascista y creo que no es tan diferente a otros movimientos. Frente a él, se necesita crear una presencia en la comunidad, tener mítines, publicaciones, y todo eso. Entonces la pregunta es cómo frenar esas actividades. Hay muchas maneras de hacerlo. Antifa es un ejemplo, pero es uno pequeño. Necesitamos mucho más.
Un caso más singular que cita en el libro es el de Milo Yiannopoulos, activista digital norteamericano. Es un provocador, un payaso, pero sus ideas fortalecen a elementos ultras que pueden ser más peligrosos. Sus conferencias han sido boicoteadas en varias universidades y la presión hizo que una editorial renunciara a publicar su libro.
Hace unos años, escribió un artículo que se llamaba ‘What is alt right?’. Unos activistas hicieron investigaciones hasta saber que Yiannopoulos se entrevistó con cinco o seis de los nazis más importantes en Estados Unidos. Usó sus respuestas para escribir ese artículo que publicó la web Breitbart. Y después Donald Trump habló sobre ese artículo, que se convirtió en un puente entre nazis, literalmente nazis, y el presidente de Estados Unidos.
Por tanto, la reacción en las universidades contra esta persona que no parecía muy peligrosa, que podía parecer incluso ridícula, fue positiva, porque en cierto modo él estaba fortaleciendo a esos grupos nazis al ponerlos en contacto con otros públicos a través de un medio como Breitbart que lee mucha gente.
Cierto. Inicialmente, la respuesta de la prensa fue que si se organizaba una protesta contra Yiannopoulos, su fama iba a aumentar, iba a ser una estrella. Pero lo que sucedió fue lo opuesto. Su libro fue cancelado y ahora no puede organizar conferencias en Estados Unidos y tiene problemas en Australia también. Estaba trabajando para Breitbart pero fue despedido.
En algunos medios de comunicación y ‘think tanks’ existe la idea de que el sistema democrático liberal no permitirá que el fascismo vuelva a triunfar, que no estamos en los años 30. La situación económica no es tan mala y el sistema aguantará. ¿Le parece ingenuo o demasiado optimista?
Bueno, todo eso ya ocurrió antes de la guerra. Y si mucha gente vota por un partido de la ultraderecha, van a estar en el Parlamento y creo que cada democracia tiene leyes para la centralización de poder en tiempos de crisis.
Históricamente, se ha comprobado que no se necesita que toda la población tenga ideas fascistas o autoritarias para crear un régimen autoritario o fascista.
¿Cómo cree que debe ser la actitud de los medios de comunicación? Ha habido un gran debate en España por la cobertura periodística de Vox con críticas a los medios por la acusación de que han blanqueado a Vox tratándolo como si fuera un partido político normal.
Hemos tenido el mismo debate en Estados Unidos. Primero, no podemos ignorarlos, es una perspectiva que existe. Debemos hablar sobre sus ideas y sus actividades, pero no debemos hablar o escribir sobre ellos como si fueran partidos normales. No debemos hacerlo sin análisis crítico. Cuando usamos declaraciones suyas, deben estar dentro de un contexto y no debemos crear plataformas para la expresión de sus ideas sin una respuesta. En Estados Unidos, algunos periodistas han escrito sobre grupos concretos destacando cosas como su pelo, su cara o sus ropas, y esto es una banalización.
La extrema derecha es antifeminista y desprecia a las mujeres que luchan por sus derechos. ¿Qué papel debería tener el feminismo en el movimiento antifascista?
Creo que es central, porque históricamente el fascismo es también una reacción contra lo que considera que son ataques a los valores tradicionales. Lo que los grupos fascistas y especialmente los nazis hicieron con mucho éxito fue crear espacios para que las mujeres participaran en la política con un elemento de respeto reaccionario a su papel como madre. Entonces, es importante tener una respuesta feminista y también entender que hay muchas mujeres que apoyan a los grupos de ultraderecha y saber por qué es así.
El caso de la batalla de Cable Street en 1936, como el de Lewisham en 1977, demuestra que a pequeña escala los barrios pueden ser la primera línea de defensa. ¿En un barrio pequeño de Madrid o París la gente debe saber que pueden parar a los fascistas?
Creo que sí, pero es difícil. En el caso de Cable Street, fue un éxito, pero en las semanas posteriores hubo ataques contra la comunidad judía. Fue un evento importante, pero es necesario entender todo con una perspectiva más amplia. La lucha antifascista han tenido en muchos países un enfoque centrado en el barrio, la comunidad, y creo que esa es una manera de hacer que una lucha global sea más local promoviendo a grupos como SOS Racismo y otros.
¿Es demasiado alarmista decir que este es el momento de la historia de Europa desde 1945 en el que el fascismo está más fuerte?
Hemos visto ejemplos como Italia en los años 70 que fueron muy duros, hemos visto ejemplos en otros países que fueron horribles, pero a una escala continental creo que sí, tal vez es el peor que hemos visto desde 1945.