Una cadena de manos para apoyar a una librería de barrio: “Es gente así la que salva la cultura”

Unas doscientas personas participan en una cadena humana para el traslado de la librería Nollegiu

Unas doscientas personas participan en una cadena humana para el traslado de la librería Nollegiu // Xavier Jubierre

“¿Por cuál vamos?”. “Por Dickens”. “¿Todavía? ¡Madre mía, Dickens! ¿No podría haber escrito menos este hombre?”. Toda la acera estalla en risas al oír el chascarrillo, mientras ancianos, niños y jóvenes se siguen pasando libros de unos a otros, en bloques de cinco o seis tomos. De mano en mano van desfilando grandes títulos de la literatura universal, junto a otros no tan conocidos. Independientemente de su éxito, todos son llevados en volandas hasta su nueva casa.

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Unas 200 personas conforman una cadena humana para trasladar los más de 12.000 libros que tiene la librería Nollegiu, un establecimiento mítico del Clot de Barcelona, que se cambia de local. Fieles lectores, acólitos, curiosos o apasionados de la cultura han acudido a la llamada de Xavier Vidal, el propietario de la librería. Hace unas semanas, comunicó por mail que se mudaban y pedía ayuda para trasladar sus libros. La idea era simple: hacer una cadena humana para llenar el nuevo local.

Fueron muchos los que, como Núria, acudieron la mañana de domingo. Viene junto a su pareja y sus dos hijas y se declara “incondicional de la librería”. Es del barrio y asegura que todos sus libros los compra en Nollegiu. Si la librería ha estado ahí para ella, Núria no podía ser menos. “Cuando vimos el mail, nos apuntamos sin dudarlo. Me parece una idea preciosa y hasta las niñas están ayudando”, dice, flanqueada por las dos pequeñas, que cargan tomos pesados con la mayor de las ilusiones.

“Vas viendo las cubiertas y te enamoras de algunas, pero como va todo tan rápido, no te da tiempo a mirarlas bien. Aun así, me los quedaría todos”, dice Andreu, unos puestos más allá. La cadena se extiende unos 200 metros, los necesarios para cubrir la distancia de 20 números que separan la antigua sede de Nollegiu de la nueva. “Teníamos clarísimo que nos queríamos quedar en el barrio”, cuenta Xavier Vidal, quien explica que se van del local porque había fugas de agua habitualmente. “Una vez perdimos 5.000 euros en libros. Que llueva dentro de una librería no es buena idea”, dice, irónico.

Así que empezaron a buscar un nuevo local, pero la crisis de los precios de alquiler en Barcelona les complicaba la búsqueda. “Había locales pequeños, locales caros, pero la mayoría eran pequeños y caros”, recuerda Xavier. Después de meses navegando por portales inmobiliarios, se rindieron y anunciaron que cerrarían. Pero, justo el día siguiente, vieron el local perfecto. Y a sólo 200 metros del antiguo. “Fue una señal de que no tocaba cerrar todavía”, añade el propietario.

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Jonatan y Marta reciben los libros a la entrada de la nueva sede de Nollegiu // Xavier Jubierre

En defensa de la cultura de barrio

La noticia del cierre de la Nollegiu compungió a muchas personas como Marta. Ella no es clienta habitual, pero saber que una librería podía echar el cierre la entristeció mucho. Trabaja en el sector editorial y sabe la crisis por la que pasa la cultura. “No nos podemos permitir perder otra más. Por eso, cuando me enteré que habían encontrado un local, no podía hacer otra cosa que venir a ayudarles”, dice.

Ni ella ni Jonatan, su compañero de cadena, son del barrio. Vienen de lejos para echar una mano, y no les importa. “Somos del barrio de la lectura”, dicen. Ellos son los últimos eslabones antes de llegar al nuevo local. “Una posición privilegiada”, reconocen, ya que pueden ver cómo los estantes de la librería se van llenando y cobrando vida. “Para que luego digan que la cultura no está en la calle”, exclama un hombre que pasa por ahí. Viene de hacer la Cursa dels Bombers y, todavía con el dorsal enganchado al pecho y acabando su bebida isotónica, da ánimo a los maratonianos culturales.

Y es que la cadena humana despierta la curiosidad de quienes pasan. Élodie es una joven francesa, que está en Barcelona de intercambio por su doctorado en literatura hispánica. La lectura es su pasión, tal como muestra el tatuaje de un libro abierto en su antebrazo. “Me encanta, me parece una idea maravillosa para compartir los libros con el barrio”, dice, mientras graba la performance para un vídeo en su Instagram.

Aurora posa coqueta para Élodie y le da la razón. “Llevamos un buen rato haciendo tertulia literaria a medida que nos van llegando autores, que se suceden por orden alfabético”, dice justo cuando su compañera de cadena exclama: “¡Ya está aquí Faulkner!”, a lo que diversas personas responden a coro, “¡Verdadera devoción!”, citando la película ‘Amanece que no es poco’.

Libros y algo más

La jornada de traslado discurre tranquila, entre risas y recomendaciones. “Esto de hoy sirve para demostrar que no es cierto que la gente no lea”, dice Xavier, agradecido a aquellos que han venido. “No son solo clientes, son amigos. Gente con la que, a base de venir a la librería, nos hemos ido de cenas y copas. Las librerías siempre van justitas, pero es gente así la que salva la cultura”, asegura el propietario de Nollegiu, quien apunta que “la única manera de contagiar lectura es hacer relación social”.

Por eso, viendo que la gente comentaba series y películas, Xavier decidió hacer de su librería algo más que una tienda de libros. Hace años que realizan actividades como charlas, debates y cursos de escritura. Algo que la pandemia incrementó y, hasta cierto punto, mejoró. “Incorporamos las nuevas tecnologías, instalamos pantallas en la librería y ahora podemos hacer talleres y charlas con cualquier escritor, esté donde esté”, presume Xavier.

Con todo, Nollegiu ha creado una verdadera comunidad lectora y, por eso, sus propietarios no se muestran preocupados por plataformas online como Amazon. “No son nuestra competencia. Sí que es cierto que me gustaría que tributaran aquí, pero aparte de eso, nada más que decir. Si quisiera hacerme rico sería broker, no librero”, bromea.

“Comprando por Internet no te pasan cosas como esta”, dice una anciana, que comparte fila con su marido. Ella no tenía ni idea de que se iba a hacer esta cadena, pero al salir a tomar el café por la mañana, la ha visto y ha decidido unirse. Se define como una lectora voraz, pero lo que le ha hecho participar es, sobre todo, defender cultura de barrio.

“Vivo aquí desde siempre y estoy harta de ver que se nos llena de cadenas y cafeterías modernas. Tenemos que demostrar a los comercios de siempre que les necesitamos para que, a pesar de los precios del alquiler, tengan un motivo para resistir”, asegura la anciana, mientras pasa unos tomos de Proust.