Arriba, abajo, al centro y…

¿Quién necesitaba un GPS en la Antigua Roma? Ni Dios, o sea: ni Júpiter. Hoy en cambio vivimos sin centro, sin referencia, quizá porque… ¡Hay demasiados centros! Y porque delegamos en el GPS.

Era fácil orientarse en las ciudades del Imperio Romano: dos vías principales formaban una cruz y estructuraban el espacio urbano, que también era el espacio de las leyes y de la ética. Esas vías eran el decumano (que iba de este a oeste) y el cardo (que discurría de norte a sur). El centro de la ciudad era el punto donde se cruzaban esas vías, ésa era ‘la plaza pública’ y así se configuraron miles de ciudades en Europa durante siglos. De hecho esa estructura se recogió en las ordenanzas de Felipe II en el siglo XVI y sirvió para diseñar el plano urbano de otras tantas miles de ciudades de América Latina. Flipante, lo sé.

Hoy sin embargo vivimos inmersos en una borrachera de centros: centro comercial, centro cultural, centro de salud, centro social… Descentrados en el espacio y en el tiempo, en lo moral y en lo material, hemos perdido la plaza pública y lo que en ella se hablaba. Por eso en su día llamó la atención el lema ‘toma la plaza’, enarbolado por el 15M. Por eso las plazas han sido el elemento simbólico esencial para entender el renacimiento de la protesta ciudadana. Porque en nuestra memoria colectiva sabemos que las plazas siguen siendo importantes.

También lo sabe el poder económico, que las llena de franquicias, de mesas de bares, de estufas, de vallas, toldos y celosías, de chirimbolos, de moquetas, de casetas, de eventos, de presentaciones, de photocalls y alfombras rojas, de jaulas que simulan árboles de Navidad que simulan jaulas, de pistas de patinaje sobre hielo, de cabañas del bosque llenas de Barbies, de bancos unipersonales, de fuentes a cuya vera nadie ha de sentarse, pues se erizan de pinchos sus pretiles (años queriendo escribir la palabra ‘pretil’, por cierto). Y de carpas de lona (que no son de lona, porque la lona ya está out) y de escenarios y de grúas para hacer ‘puenting’. De cualquier cosa, menos de gente conversando.

Las plazas son un vestigio del centro. Y el centro sigue siendo deseable. No es casual que los partidos políticos (y señaladamente Podemos) digan aspirar a ocupar “la centralidad del tablero”. Ese tablero es el espacio cívico, la ciudad intangible de los valores, los derechos y los deberes, y en ella también ha habido una burbuja inmobiliaria y una crisis del ladrillo. Nos han dado un ladrillazo en la conciencia y nos hemos quedado groguis.

Por desgracia no existe un GPS moral. Para orientarse en la jungla urbana de los principios morales hace falta dejarse guiar por las personas que recorrieron antes esas callejuelas: escritores, filósofos, artistas, pensadores… Pero eso no interesa. No vende. No mola. No es trending topic. Cada vez se enseña menos en las escuelas y universidades. No es rentable. Interesa más tenernos desorientados: vagando toda la vida del centro educativo al centro de trabajo, y de allí al centro comercial y al cabo de unos años al centro de salud. Y luego al cementerio (que nunca está céntrico, porque ya para qué). Y ojo: todos votando siempre al centro, porque, mientras no se demuestre lo contrario, en España si un partido político gana las elecciones, se vuelve de centro. O sea, de derechas. Háganse un favor y todos saldremos ganando: olvídense del centro, de todos los centros, y concéntrense en lo importante.