Catalunya, el día uno del post-autonomismo

Crónica del segundo día de movilización en Catalunya. Una jornada que trajo algunas novedades en el perfil de los manifestantes y el mismo empeño de la mayoría de la sociedad catalana por votar en referéndum.

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Miles de personas se han ido acercando a la sede de la consejería catalana de Hacienda en protesta por los registros //
Víctor Serri

El día uno del postautonomismo Catalunya se levantó todavía convulsionada y sin acabar de comprender qué sucedió un día antes. Resacosa de represión. Todavía borracha de la misma.
Entre cafés y tertulias en la cola del pan, la gente se preguntaba qué puñetas había pasado el día antes. “Menudo lío se ha montado” dice uno. “Pero esto que quiere hacer el Govern será ilegal?” Pregunta otra. “Algo habrán hecho mal, lo decían en la tele ayer”, espolea. “¡Hacía años que no veía picoletos entrando en las imprentas!” grita una tercera.

Pero la conversación se corta y se zanja de golpe. “Lo que no entiendo es que todo esto sea solo por votar. Que nos dejen votar y basta”. Fin del debate. Todos asienten. Una barra de medio, por favor.

El día uno del postautonomismo, miles de personas se volvieron a congregar frente al Tribunal Superior de Justicia exigiendo la libertad de todos lo detenidos la jornada anterior

El día uno del postautonomismo, Catalunya se levantó a los mismos kilómetros físicos de la Moncloa pero a cientos, miles, millones de millas más lejos a nivel emocional. Por no hablar de la Corte, de la Brunete Mediática, que atiza histriónicamente en sus portadas y editoriales sin darse cuenta de que a cada frase, a cada afirmación, hacen más honda la herida y más grande la distancia. Ni siquiera los medios catalanes cercanos al unionismo, aquellos que han atacado el proceso y denunciado el referéndum, se atreven a entrar en esa dialéctica del odio, y pese a golpear al Govern, no dudan en atizar también la desproporcionalidad de los aparatos del Estado. Y alertar de sus impredecible consecuencias. En Moncloa quizá rían. Pero esa risa no es más que la demostración de que no están palpando la dimensión de lo que sucede aquí. No deberían subestimar lo que pueda pasar a partir de hoy. De antes de ayer, para ser más exactos.

El día uno del postautonomismo, miles de personas se volvieron a congregar frente al Tribunal Superior de Justicia exigiendo la libertad de todos lo detenidos la jornada anterior. Dentro, el despacho del juez Ramírez Sunyer –quien ordenó la actuación policial sin informar a la Fiscalía– se despertó lleno de claveles. Fuera, una nueva marea humana gritando libertad y exigiendo el derecho a voto. Es fruto de esa “movilización permanente” que convocaron las entidades pro-referéndum.

Eso sí, por la mañana, con la gente trabajando, un perfil bastante distinto al congregado el día antes. En este caso, una amalgama de jubilados ANCeros (de la Assamblea Nacional Catalana), con su kit de camiseta fluorescente de la Diada y su estelada siempre al cuello, y adolescentes de sangre caliente siempre dispuestos a gastar las cuerdas vocales con los más enérgicos eslóganes. La combinación es curiosa. Los chavales gritan “Esto con Franco sí pasaba” y los abuelos asienten afirmativamente. Rompen esta curiosa dicotomía un grupo de bomberos que han venido a mostrar su apoyo al satánico referéndum.

Las entidades han montado un escenario para amenizar la jornada. Aseguran que no se irán hasta que el último arrestado esté en la calle. Por ahí van pasando figuras públicas del país. Políticos, sobre todo. Incluso pasa Pere Aragonès, de los pocos del equipo del departamento de Economía de Junqueras que no han dormido en el cuartelillo. Pese a que lo dijeran algunos medios. “Oí que me habían detenido escuchando la radio en el coche”, nos cuenta.

Cuando sube Xavier Domènech al escenario, un grupo de chavales le pregunta por Coscubiela, mientras otros le piden que vote que sí el día uno. Eduardo Reyes, diputado y presidente de Súmate, la asociación de independentistas en lengua española, se suma. La presidenta del Parlament, Carme Forcadell le reprime con un golpecito en la mano. Domènech se reafirma: esto no va de independencia. Y lleva toda la razón del mundo.

Gabriel Rufián se dirige a los concentrados en Hacienda.

El día uno del postautonomismo, las protestas rebasaban las concentraciones en la calle. Se paralizaron las universidades, se cortaron accesos a las grandes ciudades y se organizaron manifestaciones espontáneas.

Los estibadores del puerto de Barcelona se reunieron a las siete de la mañana para acordar en asamblea que, a la policía, ni agua. Los cruceros contratados por el ministerio de Interior para el despliegue policial extraordinario de este estado de no excepción excepcional, fueron catalogados como “los barcos de la represión” por los trabajadores, que acordaron no abastecer a los mismos. Pocas horas más tarde se añadían sus compañeros de Tarragona, donde se encuentra el tercer crucero de la polémica. Pese a todo, el servicio todavía no había sido requerido.

En paralelo, policías se quejaban de lo claustrofóbico de los camarotes y la cuenta del Sindicato Unificado de Policía, criticaba a Soraya Saenz de Santamaria la mala calidad del desayuno. Lo hacían al poco de felicitarse por un acuerdo que iba a mejorar los 73 euros de dietas prometidos a los más de 4.000 efectivos desplazados. Todo por la patria. Alojados irónicamente en estos cruceros turísticos con publicidad de Piolín “he visto un lindo gatito”.

El día uno del postautonomismo miles de vecinos se reunieron en sus pueblos y barrios para coger cola y llenar las paredes de los carteles prohibidos. Impresos a escondidas, en casa, al más puro impresora vietnamita de la era franquista, vaya. En mi barrio, anarquistas con indepes dejan de lado su rencilla mientras algún que otro partidario del ‘no’ demuestra que esto va mucho más allá de bandera alguna. Los cláxones resuenan al ver los grupos, algún grito de «Arriba España», no nos engañaremos, y decenas de vecinos que horas antes ni se conocían aprovechan la ocasión para coordinarse de cara a lo que venga. “Mañana asamblea” dicen.

El día uno del postautonomismo y la Moncloa sigue sin darse por aludida. Cree que esto lo van a parar a golpes. Que se van a amedrentar. Pero llega Puigdemont a media tarde y lanza una web para que todo el mundo sepa donde le toca votar. En mi vida había visto tanto fervor por saber, a diez días de las votaciones, en qué mesa le toca ir a uno. Durante tiempo esa fue la gran duda entre los independentistas de izquierdas: hasta donde llegarían los políticos convergentes por el Procés. Cuándo se bajarían del barco. Ahora parece casi imposible que haya vuelta atrás.

Por si acaso llega De Guindos triunfal tras la jornada de ayer y ofrece diálogo por un nuevo pacto fiscal si los separatistas se disuelven y entregan las urnas. Lo dice en el Financial Times. “Los comentarios muestran el intento del Gobierno por tomar una postura de palo y zanahoria con Catalunya” firma el rotativo. Es el enésimo golpe a una situación que ya comienza a alertar a la comunidad internacional. Su entrevista provoca las risas entre los concentrados frente al TSJC. El pobre no se da cuenta que, como los coches de la Guardia Civil, apenas tiene autoridad allí.

Por cierto, el día uno del postautonomismo, en medio de toda esta vorágine surrealista que se vive en Catalunya, llega el Congreso de los Diputados y reconoce la existencia de las brigadas políticas en la España del Siglo XXI. En la de Jorge Fernández Díaz, más concretamente. El que afinaba fiscales en lugar de guitarras. Ya no es que lo digamos los de siempre. Ya no es que lo diga un panfleto anarquistoide que nadie quiere leer o que lo griten cuatro perroflautas desafinando canciones . Es que lo ha dicho el Congreso de los Diputados con 172 votos de 172 diputados. Ni Ciudadanos se ha atrevido a votar en contra. Se abstuvo. Porque, como dice el PP, “la comisión de investigación se ha usado de forma partidista”. No te jode.

Y mientras, en Zaragoza, la Diputación decide que no le cede un local a Podemos para organizar su cumbre de cargos electos. El argumento: es una cumbre pre-referéndum. Ergo, un aquelarre donde se invocará el diablo en persona. O algo por el estilo. Vuelve a tener razón Domènech. Esto no va de independencia. ¿Alguien se suma a la fiesta?