Ciudadanos pierde el centro en su apuesta por la inestabilidad

Albert Rivera ha descartado hasta ahora entenderse con el PSOE de Pedro Sánchez, un hecho que ha escandalizado a uno de sus fundadores y a parte de las estructuras de poder que hicieron crecer a Ciudadanos.

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Selfie de los líderes de Ciudadanos en su sede en Madrid // David F. Sabadell

El Ayuntamiento de Madrid será la última guinda del acuerdo macro que ha unido a Ciudadanos con el Partido Popular y que, allí donde ha sido necesario, ha abierto la puerta de entrada a Vox en gobiernos e instituciones en casi todo el territorio. Todo no: ni en la Comunidad Autónoma Vasca, ni en Catalunya ni en Galicia hay rastro de esos acuerdos mal llamados “a la andaluza”. Mañana, sábado 15 de junio, toca el turno de varios gobiernos locales. Además del de Madrid, Ciudadanos puede dar al PP el Ayuntamiento de Santander, Alicante, Badajoz o Granada, entre otras capitales de provincia. En todos ellos, el PP —e indirectamente Ciudadanos, que entrará con todo en varios gobiernos— requiere del concurso de Vox.

Los quince días de presión al partido naranja no han surtido efecto, y aquello que parecía y se presentó como una excepción, el pacto en Andalucía, se certificará en la formación de las corporaciones municipales como un paso decisivo en el veterano partido de Albert Rivera. Una elección, la de dirigirse mayoritariamente al espectro del centro-derecha, que está generando malestar e inquietud entre el poder y la intelectualidad que sostuvo a Ciudadanos en su relanzamiento en 2014. El catedrático de Derecho Constitucional Francesc de Carreras, referencia intelectual de Ciudadanos y fundador de su primera versión, Ciutadans, envió ayer 13 de junio una carta abierta a Albert Rivera, a través de las páginas de El País Catalunya, en la que le reclama una suma de los diputados de Ciudadanos al PSOE para la formación de un gobierno “coherente y estable”.

“No entiendo que ahora nos falles, Albert, que nos falle Ciudadanos, que el joven maduro y responsable se haya convertido en un adolescente caprichoso que da un giro estratégico de 180 grados y prioriza los supuestos intereses de partido a los intereses de España. Es ir contra toda tu trayectoria política, contra la trayectoria de Cs. Se te acusará, con razón, de que por tu culpa lanzas al PSOE a pactar con Podemos y los nacionalistas, precisamente aquello que Cs quería impedir”, escribe De Carreras.

No vinculado orgánicamente a Ciudadanos, pero simpatizante de su propuesta desde su posición de editorialista en El País —de cuya dirección salió el pasado año—, Juan Luis Cebrián ha escrito también en el ejercicio de presión a Ciudadanos para un pacto con el PSOE. El exdirector de la RTVE franquista escribía a principios de semana que la “deriva reciente“ de Ciudadanos “le ha llevado sin embargo a aceptar sin ambages formar parte del bloque de la derecha, incluso de la más fanática, y soñar ingenuamente con liderarlo. La única posibilidad de afirmación futura de Ciudadanos en el elenco español es garantizar su carácter de centro reformista. Decisiones recientes, como la de aceptar una vinculación pasiva con el neofascismo en la Junta de Andalucía, le han perjudicado ante su electorado potencial, pero sus dirigentes no parecen haber aprendido la lección”.

Otra figura de los círculos de poder, Manuel Conthe, expresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, que en el pasado se aproximó como consejero al partido naranja, escribió, más explícitamente, que había llegado “a creer que Rivera y C’s era un partido liberal serio, con sentido de Estado y espíritu regenerador. Pero me están empezando a parecer unos payasos, tan poco fiables como otros partidos y líderes. Como consuelo, siempre nos quedará Valls”.

La referencia al exprimer ministro francés Manuel Valls, de quien se espera que con su voto favorable haga alcaldesa a Ada Colau en la sesión de investidura del sábado, apunta una de las primeras discrepancias de peso por el giro a la derecha de Ciudadanos. Valls, prácticamente expulsado de un proyecto en el que nunca estuvo orgánicamente, ha pasado en un año escaso de ser la apuesta para reeditar los resultados de las elecciones autonómicas de diciembre de 2017 a explotar las incoherencias del discurso de Rivera, que denunció el nacionalismo del PSC y después les ofreció el Ayuntamiento de Barcelona aun siendo la tercera fuerza tras las elecciones de mayo.

¿Por qué el giro?

En enero de 2015, una encuesta de Metroscopia disparaba al partido de Albert Rivera de cara a las elecciones que tendrían lugar en diciembre. Las recepciones de Fedea y el Consejo Empresarial para la Competitividad consolidaron la idea de que Ciudadanos estaba en vías de convertirse en el “Podemos de derechas” por el que rogó el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu. Un partido quizá no surgido del Ibex 35, pero sí bendecido por el selectivo español, como apuntó Iker Armentia en El Diario.

Bajo esa premisa, la ambición personal de Albert Rivera —aspecto en el que sí se parece a Adolfo Suárez— hubiera quedado satisfecha, al menos temporalmente, con la entrada en el olimpo de los hombres de Estado que se le ha presentado en 2019: la posibilidad de obtener la alcaldía de Madrid, presencia en el Gobierno autonómico y la vicepresidencia de un Gobierno de Pedro Sánchez. Una posibilidad que, sin embargo, Rivera ha descartado, perdiendo crédito en su grupo europeo —ALDE— y quedando en un papel secundario en decenas de ayuntamientos y en los parlamentos autonómicos castellano-leonés, andaluz, murciano y madrileño.

La estrategia ha levantado las primeras voces críticas —o dubitativas— en el consejo de administración del partido: Luis Garicano, Toni Roldán e incluso Inés Arrimadas formarían parte del grupo que no ve tan clara la deriva de las últimas semanas frente al convencimiento de Rivera, José Manuel Villegas y Juan Carlos Girauta. Pero, como estaba previsto tras el resultado electoral de abril, no son más que pequeñas dudas, o “voces”, en palabras de Íñigo Errejón, en una marcha firme hacia la derecha, enterrando definitivamente el alma socialdemócrata que acompañó a Ciutadans en su nacimiento.

¿Por qué el giro? A pesar de que la historia de Ciudadanos da muestra de veleidades de extrema derecha —el conocidísimo encuentro con Veritas en las europeas de 2009—, la pregunta es pertinente en cuanto el partido de Rivera ha sido tentado públicamente por Pedro Sánchez con prácticamente un cheque en blanco para aterrizar en la sala de máquinas del sistema.

Una primera interpretación apunta a los intereses inmediatos del partido. La constatación de que la foto de la plaza de Colón junto a Vox y PP no ha sido un paso en falso sino lo que permitió subir un millón de votos respecto a las elecciones de 2016. La autonomía de lo político frente al Ibex resuelta en una apuesta por ser la fuerza hegemónica de la derecha. La beligerancia con respecto a Catalunya —durante la fase de Rajoy, mayor que la del PP— y la capacidad de Rivera para tensar las situaciones en el Congreso, que ya se ha repetido en el inicio de esta legislatura, permiten pensar que Ciudadanos puede aun atraer a un sector ultramontano dubitativo tras la desconexión de Vox en las elecciones de mayo.

Según esa lógica, Ciudadanos puede esperar a una situación de mayor inestabilidad provocada por la sentencia del juicio del 1 de octubre, y embestir contra un posible Gobierno de Sánchez —Gobierno “de cooperación” con Unidas Podemos— dentro de la lógica reacción que se viviría en Catalunya si la sentencia confirma las penas de rebelión pedidas por la Fiscalía.

Frente a esa apuesta por la inestabilidad, cabe la segunda posibilidad y es que, despejados los pactos autonómicos, Ciudadanos acepte una demora de los tiempos de investidura en el Congreso y un hipotético naufragio del PSOE en sus intentos de atraer a Unidas Podemos a coste cero. En ese caso, su abstención —y la posibilidad de dar y retirar favores en autonomías y municipios— situaría al partido como la bisagra que siempre ha podido ser pero sin la marca del pagafantas —que otorga algo a cambio de poco o nada—. Las dos estrategias combinadas, inestabilidad e hipotecas variables, pueden alimentar la aspiración de Rivera de completar su recorrido hacia el poder.


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