Los medios del poder

La lucha de clases –que por supuesto sigue existiendo porque una minoría se apodera del esfuerzo de la mayoría a la que somete con ese propósito– está en España en un momento de gran tensión. El pago de la crisis, que causó la élite económica y que afecta al 99% de la población aquí y en el resto del mundo, es lo suficientemente gravosa e injusta como para que motive una reacción popular masiva.

A la clase dominante no le va quedando otro remedio que reprimir esas protestas. Y para ello, no solo cuenta con sus fuerzas represivas, sino también, y muy especialmente, con sus medios de comunicación que, como siempre, muestran una realidad distorsionada y falsa en términos generales para confundir y desanimar a los afectados (la mayoría).

Como el pasado 22 de marzo ya se esperaban una reacción masiva de la gente ante la severidad y la continuidad del castigo que han impuesto, prepararon y coordinaron la defensa de sus intereses detalladamente. Manipularon la realidad y los manifestantes pasaron de ser víctimas a agresores, en una actitud muy propia de los medios y que cuenta con antiquísimos antecedentes. Infiltrar agentes perturbadores de las marchas pacíficas es tan viejo como eficaz. Siempre habrá grupos de exaltados dispuestos a continuar lo que inician los infiltrados, así como también habrá siempre grupos minoritarios que asumen por cuenta propia una vanguardia violenta porque creen que es el mejor camino para presionar y reclamar justicia, aunque realidad lo que consiguen es alejarse de las masas y favorecer la justificación de la represión.

La manera de encarar la lucha por la justicia no es, ni fue nunca, decisión de una minoría iluminada, sino de los pueblos cuyos tiempos son siempre mas lentos que la ansiedad de algunos militantes. Lo cierto es que lo primero que han hecho los medios y los gobernantes es criminalizar a los manifestantes y a las manifestaciones populares. Un ejército de tertulianos, editorialistas, columnistas, y periodistas de los principales medios, que esperaban con los motores en marcha la orden de “ataque”, se lanzaron con renovado entusiasmo a “ensuciar la cancha”, a convertir a los agredidos en agresores, y en víctimas de las piedras “terroríficas” de los manifestantes a las fuerzas represoras, entrenadas, armadas y pertrechadas para la ocasión.

Un caso muy similar a las intifadas de los palestinos que con piedras sumamente “peligrosas” atacan sin piedad a los tanques de los militares israelíes. Fue inmediata la presencia en los medios de los policías quejándose de no poder utilizar las armas “legales” para protegerse de tanta violencia, mientras que un manifestante con un testículo menos por una bala de goma, pasa desapercibido en un hospital. Contenedores incendiados, escaparates rotos y jóvenes encapuchados lanzando piedras, ocupan los primeros planos.

Los tertulianos debatían acaloradamente sobre la necesidad de detener a los violentos, los columnistas se lamentaban de lo permisiva que suele ser a veces la democracia, los editorialistas hablaban sobre la importancia de mantener el orden y, en definitiva, la causa de que más de un millón de personas (treinta y seis mil, dijeron en un ridículo alarde manipulador las cifras oficiales) llegaran a Madrid de distintas partes del país, a expresar de forma pacífica y casi festiva su negativa a continuar pagando los platos que otros, los que siguen acumulando riquezas, han roto. Pero esto se difumina, o eso es lo que pretenden, entre los gases lacrimógenos y la catarata de mentiras que acumulan los servidores de este orden tan injusto que padecemos. La misma táctica usan para desfigurar la protesta de los estudiantes que ocurrió días después y así harán con todas las que, seguramente, se irán sucediendo mientras perdure esta situación agobiante que ha agudizado la desigualdad hasta límites nunca antes conocido. Y, además, procuran lograr el consentimiento de la sociedad para reprimir a gusto sin escuchar quejas ni que se hable de derechos humanos.

Lo mismo, pero al revés

Hay una cuestión muy llamativa en todo este proceso de los medios de comunicación de mayor difusión. Resulta que en las recientes protestas debidamente organizadas por las clases acomodadas de Venezuela, y apoyadas por el habitual intervencionismo de Estados Unidos, con encapuchados armados que incluso contaban con francotiradores, no sólo incendiaron contenedores de basura, sino hasta edificios de hospitales. Pero en este caso, los mismos medios que ahora se erigen en defensores del orden, la paz, y el diálogo, y que asemejan a los encapuchados españoles con terroristas, estuvieron y siguen estando sin faltar un solo día a la cita (con una obsesión que solo se explica en defensa de sus intereses económicos), con los encapuchados violentos venezolanos, que para justificarlos califican de protesta ciudadana.

Una contradicción in situ, que dirían los tertulianos. Y otra. Aquellas fuerzas de seguridad venezolanas al parecer merecían, según los mismos tertulianos y periodistas del sistema, que las atacaran hasta con armas (varios de sus miembros fueron asesinados, además). ¿Qué diferencias encontrarán estos editorialistas del orden establecido con las fuerzas de seguridad de España? Es curioso, aunque también lógico, ver cómo se ponen a un lado u otro de la trinchera, según convenga o no a los dueños del poder que, en definitiva, son los que mandan. Lo que no resulta tan lógico es comprobar cómo disfrazan de objetividad su clarísima opción por la clase dominante.

El esfuerzo de los medios de mayor difusión para hacernos creer que la situación económica está mejorando resulta en estos días patético, porque a pesar de chocar estrepitosamente con una realidad que los contradice, siguen empeñados en desfigurarla con datos que los economistas no comprometidos con el poder como Vicenç Navarro, Torres López o Eduardo y Alberto Garzón, se encargan de poner en evidencia. Si no fuera por un cinismo indignante, la respuesta del ministro Montoro a un informe de Cáritas que desnuda todas las mentiras que últimamente se están difundiendo, sería cómica por absurda.

Solo le faltó al ministro, el mismo que dijo que los sueldos de los trabajadores no estaban disminuyendo sino aumentando moderadamente, acusar a Cáritas de comunista. Lo cierto es que los niveles de pobreza -sobre todo de pobreza infantil-, de exclusión, de desigualdad o de desempleo, hacen que todo el esfuerzo de los columnistas y tertulianos del neoliberalismo resulte inútil. A los excluidos, a los desempleados, a los oprimidos por las leyes que solo favorecen a las elites no hay cuento que los convenza, y menos si son tan burdos. Por eso Montoro le pide a Cáritas que no provoque debates en este sentido. Es que las elecciones europeas se celebrarán dentro de muy poco y, con la realidad en la mano, el partido en el gobierno ve peligrar su hegemonía.

Para que no puedan engañarnos

Cada vez se hace más necesaria la presencia de medios alternativos y también que se organicen otros similares en los barrios y organizaciones sociales para tener una visión propia de la realidad y poder debatir y encontrar nuestras propias soluciones. Es fundamental tener nuestro propio pensamiento para poder entender lo que pasa y saber qué hacer para cambiar esta sociedad tan injusta.

El capitalismo no es un sistema único y sagrado como nos lo presentan, sino un “sistema de vida agotado”, según José Luis Sampedro, “criminal”, según Frei Betto, “que mata” según el papa Francisco, “porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre…” tal cual dice (y cita José Sarrión en un artículo reciente) el obispo español ordenado en Brasil, Pedro Casaldáliga. Dice también que “las derechas son reaccionarias por naturaleza, fanáticamente inmovilistas cuando se trata de salvaguardar el propio tajo, solidariamente interesadas en aquel Orden que es el bien de la minoría de siempre”. Ese es, precisamente, el orden que es necesario subvertir para hacerlo verdaderamente democrático porque, al igual que no puede haber democracia sin igualdad, no puede haber democracia sin justicia. Tal y como dijo en su momento el papa Pablo VI, “si queremos la paz, luchemos por la justicia”.